Foto: Tomada de El Periodico.
Por Beatriz Ramírez López
En 1929, el mundo conocería uno de los textos feministas más revolucionarios en torno a la dominación histórica del hombre en la sociedad y, específicamente, en la literatura. La escritora británica Virginia Woolf, en su ensayo “Una habitación propia”, recreaba cómo hubiera sido la vida de una hermana de William Shakespeare con el mismo talento artístico que el afamado dramaturgo.
Desde temprana edad, la ficticia mujer expresaría su pasión por descubrir el mundo y escribir, pero no sería enviada a la escuela; por tanto, no tendría acceso al mismo conocimiento que su familiar. Tampoco poseería la oportunidad de cultivarse intelectualmente entre libros, pues estaba supeditada a las labores hogareñas y al matrimonio.
Este magistral ejemplo explicado por Woolf muestra la brecha de derechos y oportunidades que ha existido históricamente entre mujeres y hombres, fisura no sanada con el devenir del tiempo, ni por un consenso social sobre el asunto. Los derechos han sido ganados a golpe de lucha feminista en el mundo entero.
El feminismo no es tema de las nuevas generaciones ni una ideología en busca del sometimiento masculino; se establece como el prisma fundamental en la lucha de las mujeres por considerarse personas.