Por Marilys Suárez Moreno
“Te callas que soy tu madre”, “Mira como me hablas...” Estas y otras frases por el estilo se escuchan con frecuencia en boca de padres, madres y hasta vecinos, descontentos con las actitudes irrespetuosas de algunos niños y niñas. Conductas incubadas desde una edad en que comienza a formarse la imagen de quienes les rodean.
Es frecuente ver a menores de todas las edades murmurando entre dientes por cualquier motivo y poner en su boca palabras como “cállate”, “déjame”, “me da la gana”, amén de pataletas y exabruptos que colocan en jaque a la familia. Remisos a acatar reglas u órdenes, manifiestan una conducta francamente desaprobatoria. En no pocas ocasiones, reflejo del medio familiar en que crecen.
Según definiciones, el respeto es un valor que permite a la persona reconocer, aceptar, apreciar y valorar las cualidades del prójimo y sus derechos. Se debe a todos, en especial a los mayores, las autoridades y los familiares, y resulta esencial para que reine la paz y la armonía entre las personas y la sociedad en general. No respetar, ignorar normativas, leyes y preceptos sería como andar a la desbandada, con total ausencia de deberes y derechos.