miércoles, 24 de abril de 2024

Crianza respetuosa



Por Marilys Suárez Moreno

“Te callas que soy tu madre”, “Mira como me hablas...” Estas y otras frases por el estilo se escuchan con frecuencia en boca de padres, madres y hasta vecinos, descontentos con las actitudes irrespetuosas de algunos niños y niñas. Conductas incubadas desde una edad en que comienza a formarse la imagen de quienes les rodean.

Es frecuente ver a menores de todas las edades murmurando entre dientes por cualquier motivo y poner en su boca palabras como “cállate”, “déjame”, “me da la gana”, amén de pataletas y exabruptos que colocan en jaque a la familia. Remisos a acatar reglas u órdenes, manifiestan una conducta francamente desaprobatoria. En no pocas ocasiones, reflejo del medio familiar en que crecen.

Según definiciones, el respeto es un valor que permite a la persona reconocer, aceptar, apreciar y valorar las cualidades del prójimo y sus derechos. Se debe a todos, en especial a los mayores, las autoridades y los familiares, y resulta esencial para que reine la paz y la armonía entre las personas y la sociedad en general. No respetar, ignorar normativas, leyes y preceptos sería como andar a la desbandada, con total ausencia de deberes y derechos.

En las relaciones humanas, ese vocablo desempeña un papel señero. Toda persona siente la necesidad de ser respetado y, por ende, respetar a los demás. Sin embargo, asombra la desfachatez con que se comportan algunos de estos menores, a la riposta siempre ante cualquier llamado o regaño y cuyos procederes acaban con la cordialidad de sus hogares y del propio barrio en que habitan.

En opinión de algunos expertos, niñas y niños pueden tener comportamientos irrespetuosos con sus padres, como resultado de una frustración, para llamar la atención, porque copian un patrón de la realidad o para probar fuerzas, aunque la situación puede constituir un espejo de repetición a una actitud aprendida de sus mayores. En cualquiera de los casos, revela orgullo, soberbia, falta de valores y de educación. De hecho, resulta una conducta inaceptable, míresele como se le mire.

Niña y niño viven en constante proceso de aprendizaje y somos los padres y nuestras reacciones a su desempeño, sus patrones a imitar. La intervención familiar debe hacerse sentir por la firmeza de su ejemplo, no por las amenazas o castigos; han de manifestarse por la creación de un clima emocional favorable y no por criarlo en la hostilidad, el autoritarismo y el desacato.

¿Cómo hacerlo? ensañándole a mantener el control de sí mismo con su propio comportamiento, reconocer en todo momento su buena conducta y haciendo que se valga de la palabra adecuada para expresar su inconformidad, en vez de proyectarse con irrespeto. Y, por supuesto, nunca pasar por alto el que se dirija irrespetuosamente a persona alguna.

No es mala idea dejar explícitas ciertas reglas de comportamiento y urbanidad, que eviten caer en lo irrespetuoso. Ejemplo: gracias, no gritar, no ofender, hablar bajo, saber escuchar, etc. Y cuando el menor cruce los límites, lo aconsejable es mantener la calma y, cuando se esté en condiciones de manejar el asunto racionalmente, explicarle lo errado e inconveniente de su proceder. Haciéndole ver que de ninguna manera puede tolerarse que use un lenguaje insolente hacia las personas que lo rodean. Sobre esa base se asienta el propio comportamiento infantil para con la familia y los demás.

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