Por Marilys Suárez Moreno
Por más de media hora, el pequeño Dayron se la pasó gritando a su mamá: “¿Por qué cogiste mi dinero?, era mío. Ahora yo te voy a coger a ti tu dinero”. La cantaleta seguía sin que la madre ni ningún otro familiar del pequeño, de unos 8 años de edad, le dijera algo.
Decididamente, la crianza que está recibiendo ese niño no es la correcta. Somos una referencia para nuestros hijos e hijas durante las 24 horas al día, 365 días al año. Pero no todo ese tiempo somos brillantes ejemplos de madurez y armonía familiar.
A veces incumplimos una promesa, mentimos a sabiendas de que el niño o la niña se darán cuenta y cometemos múltiples errores que, a la postre, redundan en una mala educación, olvidando que nuestros hijos e hijas nos ven como modelos; pero somos humanos, nos equivocamos y solo nos queda reconocerlo y tratar de hacerlo mejor.
Volviendo al pequeño del ejemplo, creemos que su demanda a gritos merecía una respuesta por parte de la familia, que hizo oídos sordos al reclamo infantil, por demás injustificado, pues mostraba todo el tiempo un comportamiento bastante egoísta. Quizás porque, sin quererlo, lo estaban criando así.
Hubiera sido más factible, por ejemplo, decirle que los niños no son egoístas y que él no tiene por qué tener dinero alguno, porque todavía no trabaja y tiene mucho que estudiar y empeñarse en la vida para ganar el sustento.
Explicarle que si tiene esos pocos pesos, es porque la abuela se lo regaló para que hiciera una alcancía y aprendiera a ahorrar; que si su madre tuvo necesidad de coger ese dinero o algún adulto de la casa, se le reintegraría luego junto con la alcancía que le iban a hacer. Que supiera, además, que tanto su papá como su mamá y el resto de los convivientes de la casa sostienen con su trabajo el hogar, incluyendo ropa, alimentación, útiles de estudio, juguetes y recreación de él y su hermana.
A los infantes hay que acostumbrarlos, desde la cuna, a ser responsables y cuidadosos de sus cosas y también de los demás; enseñarles que el cuidado de los bienes comunes de la familia debe ser objeto de permanente preocupación y ocupación por parte de los adultos que conviven en el hogar.
El menor no debe tener solamente un sentido personal y egoísta de sus cosas y se le debe instruir en el ahorro y conservación de los equipos y objetos de la casa, incluido el ahorro del agua y la electricidad y hasta la comida que, a veces, bota o tira porque no le gusta o no quiere más.
No hay trabajo educativo más sólido y consistente que aquel que enseña a considerar los recursos propios y los ajenos, como la calle, el parque, el jardín, la escuela y la propiedad social en su conjunto. Y más aún: mostrar lo hermoso de dar, sin esperar nada a cambio.
Es nuestro deber educarles en el altruismo y la solidaridad hacia los suyos y los que les rodean, a no ser egoísta ni aprovechado, haciéndole saber también el valor del dinero y el trabajo como garantes de los bienes que necesitamos para mantener y cuidar mejor a nuestros hijos e hijas y, en sentido general, para el mantenimiento del hogar y las pequeñas satisfacciones materiales y espirituales de la existencia. Por ende, desde pequeño ha de aprender a estimar el costo material y afectivo de todas y cada una de las pertenencias propias y del hogar. Por supuesto, según sus edades y a medida que vaya creciendo, pero partiendo siempre del ejemplo positivo de los mayores.
La vida es un eterno aprendizaje y si queremos educar bien a nuestra descendencia, no hay que pasar por alto estos y otros aspectos de la formación familiar que algunos padres, como los de Dayron, apenas consideran, como la bondad, la generosidad, el respeto a la familia, la solidaridad, el altruismo, el sentido del ahorro y la responsabilidad en todos nuestros actos.
De hacerlo así, a la larga, apreciará el verdadero valor del ahorro y de la organización económica, valederos para vivir mejor, y aprenderá también a compartir y a vivir sin egoísmos.
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