Por Marilys Suárez Moreno
Ponerle límites al niño o niña de dos a cinco años no es una arbitrariedad, es ayudarle a vivir más integrado al mundo que le rodea.
Un menor de esas edades tiene una visión del mundo tan ancha como sus ansias de descubrimiento. Está lleno de iniciativas y busca ejercerlas a su modo. Posee una estructura ósea que le permite ciertas habilidades y empieza a disponer de un arma más sofisticada, el lenguaje.
Ya exige, pregunta, indaga, grita y patalea, llegado el caso. Es una edad donde prima el egocentrismo, o sea, todo está centrado en sus propios puntos de vista y se precisa obrar tempranamente para que dicho comportamiento no se estructure como un rasgo definitivo del carácter.