Por Marilys Suárez Moreno
No se nace siendo madre o padre y ninguna receta ofrece fórmula alguna que la que aporta la vida, los buenos consejos y la propia resolución de ser ejemplo y guía para los hijos e hijas que traemos al mundo. Y si, pienso que la paternidad encarna un concepto superior, por cuanto las obligaciones paternas, la ternura y comprensión que guardan para sus hijos e hijas, resguardan con la misma fuerza telúrica que el de las madres, cuando comparten de conjunto la existencia de su descendencia o aun divorciados, siguen presentes en sus vidas.
No importa si sus hijos(as) no llevan su sangre o apellidos, basta con asumir esa paternidad desde el amor y el desvelo, la fuerza y las ganas del papa biológico o del que se adjudica ese rol en función de padrastro, resultan inconmensurables.
Compañeros y amigos cuando se precisa, aunque muchos los vean todavía como los garantes del sustento familiar y hasta en rol de represores, imponiendo conductas y mandatos, cosa que también suele suceder, los brazos paternos pueden ser tan cobijadores como los más dulces de mamá, porque también la paternidad se vive desde el amor, las caricias, la sensibilidad y los sobresaltos de la existencia y, porque como ellas, los padres también son comprometidos, perceptivos y especiales con sus hijas e hijos.