Por Lianne Garbey Bicet
Cecilia Marazzi, una mujer argentina de más de 50 años, nunca olvidará el día que su vida cambió para siempre. Hace más de tres décadas, ella decidió abortar un embarazo que había sido resultado de una violación. En aquel entonces, debido al estigma y la falta de información que la abrumaban, se vio obligada a buscar un aborto clandestino.
Reuniendo dinero y empeñando relojes, llegó a la clínica sin haber juntado el total requerido. “La obstetra me miró con desprecio y me dijo que la decisión dependía de la anestesista”, relata. En medio de su miedo, las preguntas intimidantes antes de recibir la anestesia le aterraban más que el propio proceder: ¿Dónde estás?, ¿alguien te vio?, no le cuentes a nadie que viniste acá, ¿quién te está esperando abajo?. Súmale que no tienen en cuenta el miedo que uno tiene, que no sabes ni lo que te va a pasar, ni qué es”; afirma.
Al decir de Cecilia, la intervención se realizó en un ambiente poco higiénico, con una camilla rodeada de libros sucios. Pese a la incertidumbre y de haber contraído una deuda que terminó de pagar ocho meses, ella logró salir adelante; pero siempre tiene presente los prejuicios y dificultades que enfrentan las mujeres al tomar la difícil decisión de abortar, en un contexto donde este derecho no está garantizado.