Por Marilys Suárez Moreno
Cada día del año se une a ciertos acontecimientos y biografías que, aquí o allá, hace mucho o poco tiempo han tenido lugar en determinadas fechas. Se dice que evocar un suceso del pasado, en el marco histórico del presente, constituye una lección dialéctica utilísima. Este trabajo pretende dar vida a una mujer negra nacida esclava, cuya vida ejemplar recordamos en el 190 aniversario de su nacimiento y el 117 de su fallecimiento.
De estirpe africana, Rosa María Castellanos y Castellanos nació esclava en un barracón cercano a Bayamo, por lo que se le dio el apellido de la familia a cuyo servicio estaban sus padres. Fue un día no precisado aún de 1834, hace 190 años exactamente, y su irrupción en la historia cubana sobresale por su desempeño como enfermera en campaña y creadora de hospitales en plena manigua, durante las guerras independentistas de 1868 y 1895.
Lograda su libertad al estallar la llamada Guerra de los Diez Años, se sumó al llamado de Céspedes y se incorporó a la lucha con decisión tan inquebrantable que solo plegó sus armas 30 años después, cuando la intervención yanqui frustró la gesta victoriosa y las aspiraciones libertarias de Cuba.
Mucho antes, cuando las familias bayamesas abandonaron sus casas reducidas a cenizas tras el incendio de Bayamo, su ciudad natal, Rosa se internó en las serranías de Guisa y con otras mujeres fundó la ranchería de Las Mantecas, donde crecieron sus dotes de dirigente para erigirse en parte de esa imprescindible retaguardia del ejercito mambí.
Sus amplios conocimientos de yerbas medicinales fueron de mucha utilidad para su tarea de sanidad en los campos insurrectos de su natal región oriental y luego en los lomeríos camagüeyanos, durante la Guerra Necesaria. Era hábil en la búsqueda de comida y una original terapeuta por sus habilidades con la medicina verde, conocimientos adquiridos en la manigua.
Después de 1870, tras librar varios combates y destacarse como Capitana de Sanidad, marchó para la provincia de Camagüey, que atravesaba uno de los más críticos momentos de la guerra. Allí siguió curando heridos y enfermos, ayudando a los médicos mambises y combatiendo también cuando hizo falta.
En el Camagüey la bautizaron como Santa Rosa y se destacó por su bondad y espíritu de sacrificio, tanto como por su disposición y osadía en las batallas, en las que estuvo acompañada siempre por su esposo, soldado insurrecto como ella. Fue después del combate de Ceja de Altagracia, en Najasa, que la Bayamesa construyó allí un hospitalito. Para entonces, la labor de Rosa Castellanos como sanitaria se había multiplicado en los conocidos combates de La Sacra, Palo Seco, El Naranjito y otros, donde se destacó como combatiente también, pues era experta en el manejo de las armas.
Dolida por el Pacto del Zanjón, rechazado en la histórica Protesta de Baraguá por Antonio Maceo y los cubanos y cubanas dignos como la propia Rosa, y fiel a sus ideales patrióticos, ella y su compañero en la vida, José Florentino Varona, permanecieron en espera del reinicio de una batalla inconclusa, sin abandonar el sitio de Najasa, donde transcurrieron sus tantísimos años de pelea y desde donde se reintegrarían a la lucha en los inicios de la Guerra Necesaria organizada y dirigida por nuestro Héroe Nacional José Martí, el 24 de febrero de 1895.
Nuevamente, La Bayamesa desplegó todas sus fuerzas y empeños, ahora acompañada por los ayudantes que le designó el Generalísimo del Ejercito Libertador, Máximo Gómez. Con esa necesaria ayuda se logró construir un hospital de campaña en mejores condiciones al que pusieron por nombre Santa Rosa, a propuesta de Gómez y del otrora Presidente de la República de Cuba en Armas, Salvador Cisneros Betancourt, le fue otorgado el grado de Capitán del Ejército Libertador a la mambisa Rosa Castellanos “Por salvar vidas en una lucha donde se pierden tantas”.
Concluida la guerra, regresó a su casa de San Isidro, en Camagüey, calle que hoy lleva su nombre. Allí falleció el 25 de septiembre de 1907, despojada injustamente de sus méritos combativos, pero honrada como coronel por las autoridades interventoras norteamericanas que le reconocieron su valía con gestos nunca vistos.
Y sí, paradójicamente, el Ejército de Ocupación le rindió honores militares y una banda de música acompañó su cortejo hasta el cementerio. El pueblo camagüeyano le rindió justo homenaje en acto de desagravio a quien fue despojada inmerecidamente de sus méritos combativos y, en sentida manifestación de duelo popular, siguió su sepelio hasta el Ayuntamiento, donde fue velada antes.
En el Camagüey, donde reposan sus restos, la bautizaron como Santa Rosa y su nombre destacó como ejemplo de cubanía y patriotismo por su bondad y espíritu de sacrificio, tanto como por su disposición y ánimo en las batallas. Un monumento ecuestre en bronce, obra del maestro Alberto Lezcay, rinde homenaje en su Bayamo natal a la insigne bayamesa, hija de una ciudad gloriosa.
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