Por Gabriela Orihuela
En los últimos años se ha visibilizado con mayor fuerza, desde los medios de comunicación, la violencia machista; no es suficiente, pero se hace notar la necesidad de seguir abordando el tema. Disímiles son las historias que podemos mostrar; cada una de ellas guarda, entre líneas y sentires, mensajes de fortaleza, resiliencia, luchas internas y otras más visibles. Narrar los testimonios de mujeres víctimas de violencia de género no es un mero acto de enunciación, puede convertirse, además, en la excusa perfecta para teorizar y educar sobre conceptos manidos, pero poco comprendidos; para conocer que existen, entre silencios y verdades; para saber que ellas, las mujeres, no están solas.
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Soy una mujer independiente; no necesito de nadie más para vivir o ser feliz, aunque eso me hicieron creer desde que nací. Llegué a este mundo en 1948, en el mes de febrero, y nunca he podido ver los colores o las formas de los objetos, tampoco el rostro de mi mamá. El personal médico que comenzó a atenderme, en 1965, les dijo a mis padres que todo se debió a una malformación genética llamada anoftalmía bilateral, que se traduce en la ausencia de ambos ojos.