Por Marilys Suárez
Moreno
La última golpiza
recibida por su marido llevó a la mujer al hospital, con múltiples lesiones en
el cuerpo, un moretón en un ojo y un brazo fracturado. Él es un hombre
controlador, machista y muy violento en sus reacciones; ella le teme, pues muchas
veces la ha amenazado con matarla si lo dejaba.
Golpes, insultos,
gritos, vejámenes, desaprecio y constantes prohibiciones eran su pan de cada
día, pero era se decía que era un buen padre y procuraba lo mejor para sus
hijos, y aguantaba callada. Esta vez se excedió en la paliza y ajustará cuentas
con la justicia.
Se llama Mariela, pero
puede nombrarse Rosa, Eva, Lucia y otros muchos nombres de mujer, cuyas vidas
han sido sometidas a las amenazas, la coerción, la violencia sexual y física
por su pareja, convirtiendo su cotidianidad en un infierno del que no saben
como salir.
Mujeres como Mariela no
son una excepción en nuestros días, cuando la violencia de género, el acoso
sexual, las agresiones, los prejuicios y las obcecaciones de una pareja controladora
y abusiva puede desencadenar el femicidio.
Son mujeres ultrajadas en su condición humana, sin
que ninguna acción u omisión basada en su naturaleza lo evite, cuando debieran
vivir una vida libre de violencia, ajenas a cualquier daño o sufrimiento en su
ámbito familiar y doméstico, pero ocurre y con bastante asiduidad, por
desgracia.
Expertos en el tema
aseguran que la violencia de género es estructural e integral y comprende un
acumulado de rostros, actitudes, expresiones y manifestaciones de diversa
índole, como la manipulación, la violencia sexual, el matrimonio infantil, el
acoso sexual, las violaciones y otras tantas variantes, cuyo único objetivo es
someter, degradar, humillar, controlar y causar sufrimiento físico y psíquico a
las personas sometidas, mujeres en su mayoría.
El flagelo es universal y tiene en las
mujeres, las niñas y los adolescentes,
fundamentalmente, a sus principales víctimas, la mayoría de las veces
ocultas entre las paredes de las casas, en un ámbito doméstico permisivo y casi sin reflejo social. Afecta,
según algunos datos, a más del 30% de las cubanas. Puede decirse que este tipo
de violencia es una de las manifestaciones más fehacientes y claras de la
subordinación y la desigualdad femenina.
Aunque nuestra sociedad
ha evolucionado lo suficiente en las últimas décadas y ellas --por leyes y
voluntad propia-- disponen de las mismas prerrogativas que los hombres en
cuanto a salarios, educación, acceso a cargos de dirección, empoderamiento y
protagonismo, todavía existe el criterio de que ese es un tema privativo de la
pareja, primando la vieja sentencia de que “entre marido y mujer nadie se debe
meter”.
En ocasiones, las
víctimas denuncian lo extremo de sus casos: ataques en la calle, violación o
femicidio hacen que la ley intervenga, pero la mayor parte prefiere el
anonimato, ya sea por vergüenza, miedo, temor a una venganza, la potestad de
los hijos o por protegerlos de alguna
manera, puesto que éstos también son víctimas calladas de sus agresores. La
dependencia hacia la pareja agresora las lleva a aceptar con estoicismo esta
naturalización de la violencia.
Y así, ciclo tras
ciclos, fluye la violencia de género, en deterioro y menoscabo de la condición
femenina, de la propia autoestima y de la instalación de una cultura de la
violencia que compromete a la misma sociedad en su conjunto, lo que resulta
bien preocupante.
El Programa Nacional de
Adelanto de las Mujeres, que busca el empoderamiento y el liderazgo femenino,
garantizando el orden jurídico y extrajudicial y salvaguardando los derechos de
las personas, ofrece oportunidades y alternativas a las mujeres en esta
situación. Incluso, la Federación de
Mujeres Cubanas dispone de centros como las Casas de Orientación a la Mujer y
la Familia, con consejerías especializadas y servicios de orientación jurídica,
entre otros mecanismos de asistencia a las mujeres violentadas.
Pero más que todos los
pasos dados, lo imperioso y primordial es hacer las denuncias ante las
autoridades policiacas y cualquier otro componente o herramienta que cubra los
ámbitos e instancias de las víctimas, de conjunto con la prevención, la
educación, la vigilancia y la actuación oportuna, a fin de actuar de manera
expedita y terminante en su solución.
Amar no es dañar,
someter, vejar,
maltratar, hacer sufrir y hasta asesinar, De ninguna forma puede admitirse que
el bienestar físico, psíquico o relacional de una persona sea violentado
mediante la fuerza física y psíquica, con el fin de causarle perjuicios,
coaccionándola o manipulándola.
Urgen acciones más
rápidas y eficaces por las entidades involucradas y, en especial, la acción
policial comprometida, a fin de evitar que cada mujer maltratada y amenazada de
muerte o no por sus acosadores acabe acrecentando la aterradora lista de los
feminicidios.
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