viernes, 29 de noviembre de 2024

Los rostros del ultraje



Por Marilys Suárez Moreno

La última golpiza recibida por su marido llevó a la mujer al hospital, con múltiples lesiones en el cuerpo, un moretón en un ojo y un brazo fracturado. Él es un hombre controlador, machista y muy violento en sus reacciones; ella le teme, pues muchas veces la ha amenazado con matarla si lo dejaba.

Golpes, insultos, gritos, vejámenes, desaprecio y constantes prohibiciones eran su pan de cada día, pero era se decía que era un buen padre y procuraba lo mejor para sus hijos, y aguantaba callada. Esta vez se excedió en la paliza y ajustará cuentas con la justicia.

Se llama Mariela, pero puede nombrarse Rosa, Eva, Lucia y otros muchos nombres de mujer, cuyas vidas han sido sometidas a las amenazas, la coerción, la violencia sexual y física por su pareja, convirtiendo su cotidianidad en un infierno del que no saben como salir.

Mujeres como Mariela no son una excepción en nuestros días, cuando la violencia de género, el acoso sexual, las agresiones, los prejuicios y las obcecaciones de una pareja controladora y abusiva puede desencadenar el femicidio.

Son mujeres ultrajadas en su condición humana, sin que ninguna acción u omisión basada en su naturaleza lo evite, cuando debieran vivir una vida libre de violencia, ajenas a cualquier daño o sufrimiento en su ámbito familiar y doméstico, pero ocurre y con bastante asiduidad, por desgracia.

Expertos en el tema aseguran que la violencia de género es estructural e integral y comprende un acumulado de rostros, actitudes, expresiones y manifestaciones de diversa índole, como la manipulación, la violencia sexual, el matrimonio infantil, el acoso sexual, las violaciones y otras tantas variantes, cuyo único objetivo es someter, degradar, humillar, controlar y causar sufrimiento físico y psíquico a las personas sometidas, mujeres en su mayoría.

El flagelo es universal y tiene en las mujeres, las niñas y los adolescentes,  fundamentalmente, a sus principales víctimas, la mayoría de las veces ocultas entre las paredes de las casas, en un ámbito doméstico  permisivo y casi sin reflejo social. Afecta, según algunos datos, a más del 30% de las cubanas. Puede decirse que este tipo de violencia es una de las manifestaciones más fehacientes y claras de la subordinación y la desigualdad femenina.

Aunque nuestra sociedad ha evolucionado lo suficiente en las últimas décadas y ellas --por leyes y voluntad propia-- disponen de las mismas prerrogativas que los hombres en cuanto a salarios, educación, acceso a cargos de dirección, empoderamiento y protagonismo, todavía existe el criterio de que ese es un tema privativo de la pareja, primando la vieja sentencia de que “entre marido y mujer nadie se debe meter”.

En ocasiones, las víctimas denuncian lo extremo de sus casos: ataques en la calle, violación o femicidio hacen que la ley intervenga, pero la mayor parte prefiere el anonimato, ya sea por vergüenza, miedo, temor a una venganza, la potestad de los hijos o por protegerlos  de alguna manera, puesto que éstos también son víctimas calladas de sus agresores. La dependencia hacia la pareja agresora las lleva a aceptar con estoicismo esta naturalización de la violencia.

Y así, ciclo tras ciclos, fluye la violencia de género, en deterioro y menoscabo de la condición femenina, de la propia autoestima y de la instalación de una cultura de la violencia que compromete a la misma sociedad en su conjunto, lo que resulta bien preocupante.

El Programa Nacional de Adelanto de las Mujeres, que busca el empoderamiento y el liderazgo femenino, garantizando el orden jurídico y extrajudicial y salvaguardando los derechos de las personas, ofrece oportunidades y alternativas a las mujeres en esta situación. Incluso, la  Federación de Mujeres Cubanas dispone de centros como las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia, con consejerías especializadas y servicios de orientación jurídica, entre otros mecanismos de asistencia a las mujeres violentadas.

Pero más que todos los pasos dados, lo imperioso y primordial es hacer las denuncias ante las autoridades policiacas y cualquier otro componente o herramienta que cubra los ámbitos e instancias de las víctimas, de conjunto con la prevención, la educación, la vigilancia y la actuación oportuna, a fin de actuar de manera expedita y terminante en su solución.

Amar no es dañar, someter, vejar, maltratar, hacer sufrir y hasta asesinar, De ninguna forma puede admitirse que el bienestar físico, psíquico o relacional de una persona sea violentado mediante la fuerza física y psíquica, con el fin de causarle perjuicios, coaccionándola o manipulándola.

Urgen acciones más rápidas y eficaces por las entidades involucradas y, en especial, la acción policial comprometida, a fin de evitar que cada mujer maltratada y amenazada de muerte o no por sus acosadores acabe acrecentando la aterradora lista de los feminicidios.

 

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