Pese a que no existen cifras públicas actualizadas son varias mujeres en situación de discapacidad las que se encuentran en situación de calle. Magda, quien solía rondar por las calles de 10 de octubre, era una de ellas.
Por Zucely de Armas Almarales
Cada día, al girar la calle rumbo a mi casa, la veía de nuevo. Permanecía en su silla de ruedas, las manos huesudas extendidas pidiendo algo, la misma expresión de socorro en sus ojos. Cada día tropezaba con esa mujer que pedía en una esquina de la calzada 10 de Octubre. Con su fe intacta.
A veces le daba algo de comida, pero otras veces nada, no me quedaba más remedio que seguir. Aceleraba el paso con el rostro inclinado hacia abajo, evitando a toda costa que nuestras miradas se cruzaran. Ella creía que no la escuchaba; se equivocaba, una puede cerrar los ojos, pero no los oídos.
Nadie en el barrio sabía su nombre real apenas se le conocía, pero cada vez era más “normal” verla por ahí. Magda, como la llamaban los vecinos acostumbrados a su presencia, era una de las personas con discapacidad y sin hogar que andan por las calles.