sábado, 26 de julio de 2025

El primer gran sueño


Por Marilys Suárez Moreno

Haciendo uso del poder de su prédica categórica, Fidel habló con cada uno de los aspirantes a las filas del Movimiento revolucionario que luego tomó el nombre de 26 de Julio, mismo día de la hazaña que los catapultó a la historia.

Nadie fue engañado, porque todos tenían enraizados en el corazón las ideas martianas. La llamada Generación del Centenario estaba convencida de que aquel sería el camino del triunfo, tuvieran éxito o no.

Un primer grupo de 128 compañeros salió rumbo a Santiago de Cuba, casi todos procedían del extremo occidental del país. Otro automóvil enrumbó desde Colón, en Matanzas, con el doctor Mario Muñoz y Julio Reyes Cairo, asesinados en el Moncada.

Todos se unirían a otros cinco combatientes, ya en Santiago. En tren y automóviles partieron los que atacarían el cuartel Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo, con el audaz Ñico López, a la cabeza.

Fidel entró en Santiago hacia la medianoche del 25 de julio. Se había detenido en Bayamo para impartir las últimas instrucciones a ese grupo.

Los primeros en partir fueron los jóvenes que se apostarían en el Hospital Civil Saturnino Lora, de Santiago de Cuba, que acompañarían a Abel Santamaría, segundo jefe del Movimiento en la retaguardia. Lo escoltaban su hermana Haydée y Melba Hernández, las dos únicas mujeres de aquel comando aguerrido.

Fidel les explicó convincente las causas y motivaciones de la lucha a iniciar, los convenció de la justeza de aquella misión que muchos de ellos pensarían como imposible.

Vistieron uniformes de sargentos militares, simulando el antecedente del golpe de Estado, dirigido por Batista en 1933. Pensaban con lógica que en la confusión que se originaría tendrían tiempo para los siguientes pasos a seguir, pero el plan, tan celosamente planificado, fracasó y tuvieron que admitir que era imposible llevarlo a cabo.

La represión desatada tras el asalto, que caracterizaría a la dictadura durante el resto de la lucha, fue monstruosa. Casi todas las bajas de los asaltantes fueron producto del asesinato posterior a los combates y muchas como resultado de las torturas.

Ninguno, sin embargo, llevaba el sentimiento de inmolarse, a fe ciega creían que la victoria era posible y que el triunfo podía provocar un levantamiento popular o facilitar el paso a las montañas para desde allí continuar la lucha, como ocurrió finalmente tras la llegada del Granma.

Y si bien aquel acto heroico e intrépido, no significó el triunfo y sí un costoso revés, el asalto al Moncada fue un clarín de combate, un llamado a retomar las banderas de Céspedes y Martí para desbrozar, finalmente, el camino hacia la plena independencia y soberanía de la nación.

Convencidos de la inutilidad de las vías pacíficas, los moncadistas optaron por la lucha armada. Y como diría Fidel después, sin el Moncada no habría existido el Granma, la lucha en la Sierra Maestra ni la victoria extraordinaria del primero de enero. La acción de aquel 26 de julio de 1953 demostró su justeza en el tiempo.

Al cumplirse 72 años de aquel primer gran sueño, no es posible medirlo en la historia por el fracaso de la acción sino por su repercusión social y política. Y aunque no se logró el éxito, el ataque al Moncada despertó la conciencia nacional y dotó a Cuba de una nueva vanguardia que guiaría al país, finalmente hacia la Revolución.

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