Caricatura: Osval
Por Lisandra Pérez Coto
No es casual que una vez más nuestra mirada vaya dirigida hacia este asunto y no solo porque hace algunos días celebramos el Día Internacional del Trabajo. Enfocamos nuestro ojo crítico hacia el trabajo en Cuba y sus brechas, en particular hacia el trabajo doméstico y cómo afecta a las mujeres en medio de circunstancias sociales concretas, porque, otra vez, las diferencias y la sobrecarga nos colocan en condiciones de vulnerabilidad.
Cuba vive hace años una crisis energética profunda, cuyos efectos en la distribución de roles y la complejidad de asumirla recaen en los hombros de las mujeres cubanas.
No existen aún estadísticas que ilustren mejor este fenómeno y que contribuyan a entenderlo, a dirigir hacia allí estrategias articuladas que tributen a su transformación. Tampoco un censo actualizado que contabilice la precariedad en que se desarrolla.
Pero tal y como ocurrió durante el escenario pandémico, en el que junto al teletrabajo, les tocó asumir prácticamente en su totalidad las tareas de cuidado del hogar y de los familiares, la actual contingencia energética agrega nuevos matices a las dobles y triples jornadas laborales asumidas hoy por las mujeres cubanas.
Matices que hablan de muchas otras crisis a lo interno, pero esencialmente económicas. El retorno a las cocinas al carbón o el incremento reconocido de las personas con conductas deambulantes, son apenas dos de ellos.
Nunca ha sido suficiente salir de la cocina para conseguir equidad. El acceso de las mujeres al empleo y las elevadas cifras de profesionales del sexo femenino no son una garantía de que a lo interno del hogar las dinámicas familiares aseguren una distribución de roles de manera justa. Si a ello añadimos la realidad de vivir prácticamente a oscuras, vuelven a ser ellas las más vulnerables.
Madrugar encendiendo el carbón o en su defecto sacrificar el sueño para aprovechar la electricidad y preparar meriendas, desayunos, la comida del día, mientras se lava, se plancha, se trabaja a distancia. Todo a la vez y en todas partes, mientras haya corriente.
Y no hablamos solo de sobrecarga física sino también mental. La batalla diaria de comprar lo indispensable a precios elevados, pero no comprar de más porque se puede dañar con la falta de electricidad; de cumplir con el empleo y los pluriempleos; la de atender a familiares de avanzada edad o a las infancias y al final, renunciar al descanso, al tiempo para sí mismas, nos colocan en un modo de supervivencia donde cada vez desbloqueamos niveles más complejos.
En su libro Emprendedoras, Teresa Lara Junco y Daymara Echevarría León, explican que, “con su trabajo doméstico y de cuidado, las mujeres garantizan que sus familias se integren al desarrollo socioeconómico, que los hijos e hijas estudien, que los esposos trabajen, que sus familiares se alimenten”.
En realidad se garantiza mucho más que eso, a veces en detrimento del propio desarrollo personal, limitando además su esfera profesional, sin que ello cuente realmente en las cifras oficiales de la economía cubana.
Sí, porque para hablar de trabajo e igualdad de oportunidades, más allá de la contingencia extendida del sistema electroenergético nacional, también hay que mirar, necesariamente, hacia las brechas de género que permanecen abiertas en el escenario laboral y que constituyen una problemática a escala global.
Por ejemplo, el hecho de que las mujeres cubanas tengan menos presencia en empleos formales: Un 38, 2 % frente al 61,8% de los hombres. Esto junto al hecho que también sean menos representativos sus números en el mercado no estatal donde sabemos se concentran los mayores ingresos.
Sin hablar de los trabajos que se ejercen sin que medie un contrato o una remuneración adecuada, como sucede con muchas labores que asumen las mujeres rurales, hablamos de avanzar y resistir hacia una economía más justa y eficiente en la que, contar con estadísticas nacionales, desarrollar indicadores de tiempo y valor económico y diseñar políticas públicas que reduzcan la carga de trabajo doméstico para las mujeres, resulta esencial.
Cambiar problemas tan arraigados como la desigualdad que crece al interior de los hogares resulta complejo, pero también un paso fundamental en ese camino hacia un desarrollo económico más inclusivo, así como lograr que el aporte de las mujeres cubanas sea formalmente reconocido. Porque mientras el trabajo doméstico no remunerado, siga siendo cosa de mujeres y las brechas laborales persistan, no podremos hablar de justicia social ni de transformaciones reales en este sentido.
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