Culpa por trabajar demasiado y culpa por no trabajar bien; pareciera que es imposiblelibrarse de la culpa cuando se quiere ser madre y, a la vez, una buena profesional...
Por Yeilén Delgado Calvo (Premio Especial 26 de Julio de la Editorial de la Mujer, categoría prensa escrita )
Varias de las madres que andamos por las redes sociales hemos visto el cartel en los últimos tiempos: “En 20 años, las únicas personas que recordarán que trabajaste hasta tarde serán tus hijos”.
Y seguramente les picó el bichito de la culpa, no solo por haber llegado tarde alguna vez, sino por todas esas otras ocasiones en que quisieron jugar contigo y estabas pegada al móvil; en que debías escribir algo y te sacaron de paso con sus gritos; cuando los llevaste al círculo o la escuela un día lluvioso y eran casi los únicos niños, o cuando llegaste a buscarlos y solo quedaban ellos…
Esa es una herida siempre abierta y cuando le cae una pizquita de sal, el escozor nos llega hasta el alma. Culpa y maternidad suelen andar de la mano cuando decidimos tener hijos y mantener una carrera, porque no somos las madres “ideales”, y tampoco las trabajadoras “todoterreno”, la realidad no nos deja serlo.
Fíjense que no digo ser madre y trabajar, porque todas las madres trabajan, incluso las que no tienen un empleo remunerado. Criar es trabajar.
Acerca de ese mismo cartel, una mamá respondió: “Mucha razón. Y aprenderán también de trabajo, de esfuerzo, de consagración, de responsabilidad social. Dejen de estigmatizar a las madres y padres que deciden ser también personas exitosas en sus trabajos. Hay días que toca llegar tarde, o no estar. Criemos a los hijos en el entendimiento a los otros, empezando por sus padres”.
Muchas otras madres se sumaron a expresar su preocupación por esa especie de censura por no encajar en los moldes preestablecidos de lo que debe ser una mamá dedicada. La realidad es que el cuestionamiento va sobre todo hacia las mujeres, porque un padre que trabaja mucho se suele identificar con el superhéroe proveedor, que se sacrifica para que a sus niños nada les falte.
Una madre, por el contrario, “debería revisar sus prioridades”, “en el futuro se va a arrepentir”, “no debía hacer parido”…
Claro que hay multitud de casos, como vidas hay. Algunas mujeres deben trabajar más intensamente porque no tienen otra forma de sostener su hogar, otras son apasionados de lo que hacen, o las dos cosas. Unas tienen una extensa red de apoyo; otras, una muy pequeña, o nula.
¡A cuánta entrega de madres, que debieron dedicar muy poco tiempo a sus hijos, debemos, por ejemplo, la sobrevivencia en tiempos de pandemia!
De hecho, en Cuba, el bono demográfico para el mercado laboral está en las mujeres que trabajan en el hogar. La sociedad necesitaría desplazar esas labores de cuidado hacia personas remuneradas, y que ellas salieran a trabajar.
¿Quiere eso decir que en 20 años nuestros hijos no nos culparán por haber trabajado mucho? Depende. En la conciliación, el equilibrio, están las claves…
Evidentemente habrá que sacrificar de ambas partes y establecer prioridades. Una madre que trabaja no tiene por qué ser una madre ausente. Nuestros hijos merecen tiempo de calidad, sin móviles, sin apuros; juegos, paseos, cuentos, almuerzos, mimos…
Funciona, además, contarles de nuestro trabajo, explicarles lo que hacemos y por qué es importante o nos gusta; hacerles saber que son lo más grande en nuestras vidas y que a partir de ellos todo se acomoda; pero que también somos seres independientes, con deseos, con metas.
Entonces, ¿dónde están los límites?: donde nos funcione ponerlos, donde sean felices nuestros hijos y también nosotras; donde la maternidad sea un “empujón” para hacerlo mejor, y no un motivo para frustrarnos.
*Tomado de MATRIOSKA DE ISLA
UN BLOG DE YEILÉN DELGADO CALVO
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