Por Marilys Suárez Moreno
El tema es recurrente y nos llega por diversas vías: un correo electrónico, la experiencia de una persona amiga, lo experimentado por una vecina y las historias de muchas familias. En todas, prima la preocupación por hijas e hijos desobedientes, a los que les cuesta asimilar los límites impuestos para su formación.
Psicólogos y pedagogos de reconocida trayectoria aseguran que los límites son de suma importancia en la educación y desarrollo del individuo y están vistos como las normas sociales que deben recibir los infantes.
Entre otros, algo fundamental es la iniciación de estos en los demás, porque nadie puede colocar los suyos más allá de los de otros y porque también hay que aprender a respetar. Por eso los fines se mezclan siempre con normas, obediencia, educación, reglas y valores morales. No se pueden establecer de manera total, sino acordes a un contexto determinado y en dependencia de la edad.
Desde temprana edad, niñas y niños deben de aprender que existen demarcaciones, moderaciones, espacios que no deben de violar. De hecho, es necesario implantarlos tempranamente y no pueden establecerse y luego ser violados. De ahí su fijación previa, pues de lo contrario dejan de ser limitantes.
Ha de enseñárseles desde temprana edad a respetar y a razonar, a usar su inteligencia, a cumplir sus deberes y reclamar sus derechos, respetando también los ajenos. Deben saber obedecer a una norma. razón justa y entendida.
Un mando justo se fundamenta, en primer lugar, en las razones que hacen necesaria la subordinación infantil. De forma tal que el niño o niña reconozca en sus padres no solo la autoridad que les compete, sino que esa autoridad le inspire confianza, conocimientos y hasta recursos y fuerzas para resolver sus insuficiencias infantiles y las de toda la familia, porque tienen confianza en el hacer y obrar de sus mayores y en su capacidad para evitar o resolver las dificultades familiares, a la par que son capaces de orientarlo sobre cómo hacer las cosas por sí mismo, sin devaluar sus preocupaciones, ni ser aplastado por sus errores.
De hecho, los límites deben ser colocados en su debido momento, a fin de que el niño o niña tome sus propias decisiones, a partir del conocimiento que tiene de las cosas o de su propia experiencia.
Por eso es imprescindible instituirlos a tiempo para que después podamos ser capaces de exigirles por su cumplimiento, a partir de lo que conocen, pues ya poseen argumentos del por qué es esencial esa disposición a la obediencia.
Lo primero es que el menor debe saber exactamente qué es lo que se espera de él o ella. Hay que saber dar las órdenes a cumplir y limitar su accionar, pues a menudo la desobediencia infantil la provoca una orden violenta e imperativa que le interrumpe un juego o una distracción. O que el infante no entiende, por ende, las instrucciones y respuestas verbales de la familia, que han de ser breves y concretas para que sean entendidas de primera mano.
Hay límites establecidos que se generalizan; por ejemplo, el respeto a las personas mayores. Estos implican, en su inmensa mayoría, una autoridad familiar o social. En otros casos, se delimitan a la actividad rectora que predomina, acorde a los niveles de edad; pero las reglas siempre son las mismas.
En todo momento debe manejarse adecuadamente la autoridad, sin caer en permisividad y autoritarismo; adoptando una posición intermedia, nunca extrema, pero al mismo tiempo razonable y flexible, según el caso, la edad y la personalidad del infante.
Lo que sí está demostrado científicamente es que tanto los niños como las niñas necesitan el establecimiento de límites o zonas a su actuación, pues cuando carecen de esto se sienten desatendidos e inseguros, no saben diferenciar entre lo correcto y lo incorrecto, ni aprenden las normas sociales y no llegan a tolerar la frustración.
Los límites existen en la vida y hay que enseñarlos, aprenderlos y aplicarlos en el momento justo y preciso. Si nuestros hijos e hijas sepan esto, seguramente tendrán a su favor la capacidad necesaria para, en un momento de sus vidas, tener la suficiente continencia de saber qué se debe hacer o no y diferir su realización para el momento oportuno.
Valorar la individualidad de hijos e hijas y luego comunicarles su noción de cuáles son sus fuerzas particulares, sus valías, resulta importante, pues así no solo les estarán apoyando, sino haciéndoles conocer sus propios valores.
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