Por Marilys Suarez Moreno
Este 31 de diciembre conmemoramos una fecha que, al decir de otro grande de nuestras letras ya fallecido, Ángel Augier, “rebasa los límites insulares para alcanzar los que magnifican nuestra lengua matriz”: los 220 años del natalicio de José María Heredia y Heredia.
El poeta sólo vivió 35 años, pero fueron suficientes para tejer en torno suyo una aureola de tragedia, pasiones, conspiraciones y destierros que signaron la existencia del hijo de un funcionario de La Corona española, de origen dominicano, que siendo muy pequeño se trasladó con la familia a Santo Domingo, donde transcurrió la mayor parte de su niñez, si bien su cuna fue la oriental ciudad de Santiago de Cuba. Allí nació, aunque su adolescencia la vivió entre La Florida, La Habana, Caracas y México, en estas dos últimas ciudades el poeta santiaguero estudió abogacía, pero su gran pasión fueron siempre las letras.
Autor teatral, cronista y fundador de periódicos y revistas, además de traductor y crítico literario, el primer poeta revolucionario de mediado del siglo XIX vivió en el destierro los últimos años de su vida, tras ser acusado de participar en la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, la primera de las grandes conjuraciones independentistas, lo que lo obligó a huir a los Estados Unidos, en definitivo exilio.
De esa etapa, son los poemas Himno del desterrado, Ausencias y recuerdos, A Bolívar y su célebre Oda al Niágara, inspirada en el espectáculo de las hermosas Cataratas. El poeta nunca dejó de evocar a la patria lejana y sufriente, las hermosas palmas de la Isla amada y su propia condición de desterrado.
Abordó también los temas filosóficos, sociales y políticos, sin hacer dejación de su trabajo judicial, lo que lo llevó a ocupar distintos cargos como juez y fiscal en México, donde, editó parte de sus poesías, radicó durante 16 años y falleció.
La vida de José María Heredia no pudo ser más azarosa. En suelo cubano sólo permaneció siete intermitentes años, pero su añoranza por la patria fue una constante para él y aun hoy día nadie pone en duda su cubanía raigal, su estirpe patriótica.
Considerado como la más alta voz de la lírica cubana anterior a José Martí y Julián del Casal, el poeta de cuna santiaguera tuvo siempre en su corazón a la Isla amada, pero su actividad en suelo mexicano no pudo ser más intensa y variada. Allí se desempeñó en funciones jurídicas y administrativas, ejerció como profesor y Catedrático de Literatura e Historia, fungió como Legislador, juez de Cuernavaca y Fiscal y fue redactor de varias revistas mexicanas y el principal redactor del periódico El Conservador. Por demás, su matrimonio con una mexicana lo vinculó más al querido país azteca.
Apasionado y vehemente, se recuerdan sus textos, algunos tan emblemáticos como su loada Oda al Niágara, y el representativo Himno al desterrado. Pero fue también el poeta reflexivo de El teocali de Cholula, una de sus piezas más afortunadas, y de La estrella de Cuba, escrito al partir al exilio.
Su gloria rebasa los límites insulares para magnificar nuestra lengua matriz, según Augier. Heredia retornó a Cuba en 1836, ya enfermo de tuberculosis, pero no fue bien acogido por sus compatriotas porque para poder volver a su tierra el poeta tuvo que hacer rectificación pública de sus ideales independentistas y con gran dolor y muy desengañado volvió a México, donde murió tres años después.
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