sábado, 30 de diciembre de 2023

Una criatura excepcional


Por Marilys Suárez Moreno

Sus compañeros de lucha la veían como una criatura capaz de combatir, amando con esa misma pasión llevó Haydée Santamaría las riendas de la Casa de las Américas y con la misma ternura y devoción que puso en cada acto de su vida, fue la cabeza y el corazón de la institución.

Así calificó Roberto Fernández Retamar, una persona que la conoció bien, a la heroína del Moncada Haydée Santamaría Cuadrado desde sus inicios en La Casa.

Su nacimiento, el 30 de diciembre de 1922, era motivo de jolgorio y fiesta doble el Fin de Año en el hogar de los Santamaría-Cuadrado, en el otrora Central Constancia, en Encrucijada. Se despedía el año y se celebraba el cumpleaños el día anterior de Yeyé, la hija mayor del matrimonio.

Era un día muy alegre y la Muchacha de Encrucijada gustaba de celebrarlo despidiendo el último día del almanaque, como acostumbraba, en familia, Y así hizo cuando se iba para el Moncada, aquel 26 de Julio de 1953. Acompañada de su hermano Abel fueron a la casa paterna a despedirse de los viejos y de la familia toda, que ajena en lo que andaban, se alegraron con la visita de ambos.

En la madrugada, de salida para La Habana, Abel quiso cargar a su sobrina y su hermana Aida le indicó que pusieran cuidado en no despertarle a la niña. Yeyé recordaría después lo que ella le dijo a su hermana: “Déjanos, a lo mejor es la última vez que la vemos”. Como ocurrió con Abel.

Sensibilizada desde muy joven con los problemas sociales que la rodearon, Yeyé se afilió a las filas de la Juventud Ortodoxa, tan pronto supo del cuartelazo militar del 10 de marzo de 1952 y junto con Abel y otros revolucionarios editaron los periódicos clandestinos Son los Mismos y El Acusador, realizando de conjunto con Abel y otros jóvenes una intensa labor de agitación.

La historia reconoce en su nombre y en el de Melba Hernández, a las dos únicas mujeres presentes en el ataque al Cuartel Moncada, de Santiago de Cuba, segunda fortaleza militar del país entonces.

Las dos mujeres habían conocido a Fidel en el pequeño apartamento de Abel, en 25 y O, en el Vedado y junto con los restantes compañeros de lucha que allí se reunían, se convirtieron en el centro de un movimiento revolucionario conocido como la Generación del Centenario.

El 26 de Julio de 1953 Haydeé y Melba participaron en el asalto al cuartel Moncada, y con Abel, el segundo jefe del Movimiento, ocupan el Hospital Civil Saturnino Lora para apoyar a los asaltantes del cuartel. Ella y Melba auxiliaban como enfermeras al médico Mario Muñoz Monroy, uno de los primeros en caer y en medio de la batalla tuvieron que atender todos los heridos, incluidos los del ejercito batistiano.

Al fracasar el ataque fue hecha prisionera y para hacerla hablar, le dijeron que su hermano y su novio habían sido torturados y asesinados después del combate y le mostraron un ojo de Abel y restos de los genitales de su novio Boris Luis Santa Coloma, pero no lograron sacarle ninguna información.

Para el escritor y ensayista Fernández Retamar, quien vivió muy cerca de ella los días de Casa de las Américas, el tránsito de Haydee por la existencia fue el de una criatura excepcional, que tenía de volcán y de flor.

Audaz, alegre y cariñosa, Yeyé era una mujer toda pasión y optimismo. Martiana como su hermano Abel, la Muchacha de Encrucijada fue condenada a siete meses de prisión junto con Melba Hernández, por los sucesos del Moncada. En 1956, en espera del Granma, se encontraba entre los organizadores del alzamiento del 30 de noviembre, al lado de Vilma Espín, Gloria Cuadras, Asela de los Santos y otras heroicas mujeres santiagueras.

En los días de la guerra revolucionaria, fue enviada por la dirección del Movimiento a los Estados Unidos para que recaudara fondos y acopiara armas para la lucha guerrillera en la Sierra Maestra. Triunfante la Revolución, asumió la dirección de La Casa de las Américas y la atención a sus dos hijos.

Los que la trataron de muy cerca o tuvieron el privilegio de estar junto a ella en el Moncada, la Sierra o en la lucha clandestina, la veían como una criatura capaz de combatir, amando. Con esa misma pasión llevó las riendas de la Casa de las Américas y con la misma ternura y devoción que puso en cada acto de su vida, fue la cabeza y el corazón de la institución.

Respetada y querida por artistas y creadores, entre ellos, los más imaginativos y los más fieles, según Retamar, la entendieron y escucharon con devoción, porque, tenía el corazón entero a flor de pecho.

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