Por Lianne Garbey Bicet
En estos días de diciembre, en que La Habana recibe los vientos invernales, la edición 44 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano es uno de los mejores planes para visitantes y habitantes de esta ciudad, con una amplia variedad de filmes. Enamorada del ambiente que se respira por estos días en las diferentes salas que integran el Proyecto 23, no quise perderme la oportunidad de ver una de las películas más esperadas: Levante, de la brasileña Lillah Halla.
Llegué al cine con media hora de anticipación, preparada para hacer una larga fila. Me uní a la cola y esperé, pacientemente, mientras observaba a las personas que me rodeaban. Había de todo: personas jóvenes, adultas, ancianas, cubanas y extranjeras, cinéfilas, curiosas, estudiantes, profesionales, artistas, periodistas. Todos compartían el mismo interés por el cine latinoamericano y el mismo entusiasmo por el festival.
Me había enterado de que se trataba de una oda a la fuerza de las mujeres y a la unión como arma de combate y me intrigaba ver cómo la directora había retratado la realidad de su país, a través de la mirada de tres protagonistas mujeres.
Además, había leído que la película no había recibido ningún premio en la Semana de la Crítica de Cannes, lo que me hacía pensar que se trataba de una obra arriesgada y diferente.
Mientras esperaba, escuchaba fragmentos de conversaciones sobre las películas que habían visto, las que querían ver, las que les habían gustado, las que les habían decepcionado, las que les habían sorprendido. Algunos comentaban sobre los directores, los actores, los guiones, las técnicas, los temas, los mensajes. Otros hablaban de la situación política, social y cultural de los países representados y de las similitudes y diferencias con Cuba. También había quienes aprovechaban para intercambiar contactos, opiniones, experiencias, proyectos.
El ambiente era de fiesta, de celebración, de encuentro. Se respiraba una atmósfera de alegría, de expectativa, de emoción. Se sentía una energía especial, una vibración colectiva, una conexión profunda. Era como si el cine fuera más que un arte, más que un entretenimiento, más que un medio. Era una forma de vida, de expresión y de resistencia.
Finalmente, llegó el momento de entrar a la sala. Busqué un asiento cerca de la pantalla y me acomodé en la butaca. A mi lado, una chica me sonrió y me dijo que también quería ver Levante. Le devolví la sonrisa y le pregunté si había visto alguna otra película del festival. Me dijo que sí, que había visto varias, y que le habían gustado mucho.
Cuando se apagaron las luces, se hizo el silencio. En la pantalla, apareció el logo del festival, con su tema musical Desde la aldea. El público aplaudió y luego se preparó para disfrutar de la película. Yo también aplaudí y luego me preparé para vivir la experiencia. Una experiencia que no solo me haría ver una película, sino también conocer una historia, una cultura, una realidad.
Fue así como supe del relato de Lucía, una joven voleibolista de una favela de Río de Janeiro que enfrenta el dilema que representa un embarazo no deseado. A través de su testimonio, imágenes de archivo y escenas de ficción, la directora se adentra en la realidad de un país donde el aborto es ilegal en la mayoría de los casos y donde las mujeres que lo practican se enfrentan a riesgos para su salud, a la violencia machista y a la persecución judicial.
Durante casi dos horas, permanecí inmóvil en mi butaca, con los ojos prendidos de la gran pantalla. La película me impactó por su honestidad, valentía y sensibilidad. Me hizo reflexionar sobre la situación de las mujeres en Brasil y en toda América Latina, donde el aborto sigue siendo un tema tabú y una causa de muerte y sufrimiento. Me hizo sentir solidaridad con las mujeres que levantan sus voces y sus pañuelos verdes para reclamar su derecho a decidir sobre sus cuerpos y sus vidas.
Al salir del cine, me encontré con otras espectadoras que también habían visto la película. Compartimos nuestras impresiones y coincidimos en que era una obra necesaria y poderosa, que merecía ser vista y difundida. Creo que el cine es una herramienta fundamental para visibilizar y denunciar las injusticias sociales, y que películas como Levante contribuyen a generar conciencia y a impulsar el cambio. Por eso, espero que esta película llegue a más salas y a más públicos, que siga levantando el debate y la esperanza.
Ojalá y esta película sirva para abrir un espacio de diálogo y reflexión sobre el tema del aborto en América Latina, pues resulta necesario escuchar y aprender de las experiencias de otras mujeres, y también compartir y visibilizar las nuestras. Creo que el cine puede ser un medio para crear puentes y alianzas entre las mujeres de diferentes países y contextos, y para fortalecer nuestra lucha común por el derecho a decidir.
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