Vinculada esencialmente a la cultura africana, en especial por sus movimientos, la rumba posee en sí misma una mezcla sin igual
Entre las joyas musicales de Cuba está la rumba, un género que es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y Cultural de la nación. Aunque no hace falta que se nos recuerde sus sobradísimos valores patrimoniales, sí era necesaria esa certificación, debido a sus muchos atributos, historia y actualidad.
Y es que la rumba, cual delicioso ajiaco, tiene auténticas raíces en la mayor de Las Antillas, donde además se cuenta con uno de los barrios más rumberos de la capital: Cayo Hueso. Ese es un verdadero emporio del género cantable y bailable, cuyos orígenes, según Fernando Ortiz, es gagá; aunque es posible reconocer, en su trepidante ritmo, elementos africanos de países de procedencia conga, yoruba y carabalí.
Expertos en el tema aseguran que para interpretar una buena rumba hay que curtir los tambores; pero la madera o cajón, acompañada por claves y hasta cucharas, bastan. Se dice que el género proviene de las cuarterías, solares y barracones de la época colonial y que nació de la vertiente afro-española, expidiéndose con la rebelión de los esclavos, para ganar un espacio allende los mares.
Se cuenta que su presencia fue delirio en Nueva York y París, hasta donde la llevó el músico cubano Julio Cuevas, a mediados de los años 50 del siglo XX y que, de entonces acá, muchos son los rumberos que han enaltecido el género.
Así emergen nombres como los de Ignacio Piñeiro, Chano Pozo, Calixto Callava, Mañingo, Rafael Ortiz, los hermanos Abreu, José Rosario Oviedo (conocido por Malanga), Tata Güines y muchos más de reconocidas trayectorias rumbera. Pero también Merceditas Valdés, Celeste Mendoza, Zenaida Amanteros, Teresa Polledo y muchas otras que han engrandecido el género fuera de Cuba, como Ninón Sevilla, María Antonieta Pons, Amalia Aguilar y otras que hicieron famoso el cine mexicano como bailadoras de rumba.
Visibilizadas ellas por otra mujer, la periodista y escritora María del Carmen Mestas Alfonso, de vasta incursión en la cultura nacional. En su libro Pasión de rumberos, María del Carmen rinde homenaje a los rumberos cubanos de diferentes épocas, mediante entrevistas y testimonios de primera mano, muchos de ellos mencionados por nosotros ahora.
Asimismo, la colega resalta el papel de las mujeres que se han destacado como rumberas en Cuba y que, al decir de la autora, han sido preteridas y maltratadas por el rimo y hasta por los propios rumberos.
Alejo Carpentier, profundo conocedor de la música, afirmaba que en Cuba no hay una rumba, sino varias rumbas; no es lo mismo un yambú o un guaguancó que una columbia, aseveraba el autor de El siglo de las luces. Pero, en cualquiera de sus variantes, la rumba, quién lo duda, es folclore y capital cultural. Dígase rumba y se estará hablando de una representación musical de auténtica cubanía.
Valga decir que la rumba cubana es considerada la madre de numeroso ritmos y bailes latinos, como la salsa y tiene derivaciones en diversos pauses del mundo. Aunque vinculada esencialmente a la cultura africana, en especial por sus movimientos, la rumba posee en sí misma una, mezcla festiva de baile y músicas y todas las prácticas culturales inherentes a sus orígenes, lo que la convierte en una verdadera joya musical.
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