jueves, 7 de septiembre de 2023

Doña Leonor, orgullosa dignidad

 



Por Marilys Suarez Moreno

De todos sus afectos el amor por su madre, Doña Leonor Pérez Cabrera, tuvo un espacio privilegiado en el corazón de José Martí.

Ella libró con constancia y consagración la importante y crucial batalla de cuidar a su numerosa familia y aportar a la formación y personalidad de sus hijos e hijas valores tales como la modestia, la laboriosidad, la entereza ante las dificultades y la defensa de la verdad.
 
El amor y la ternura que Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez Cabrera depositó en sus vástagos, se trocó en dolor y angustia cuando su primogénito y único varón, José Julián sufrió prisión y trabajos forzados en las canteras de San Lázaro, siendo apenas un adolescente. Desterrado después por sus ideas políticas, nadie como su madre, sintió tanta pena por el peregrinaje de su hijo amado que lomantuvo por años alejado de ella, fuera de la patria en que nació y en la que apenas pudo vivir, porque se vio ante la disyuntiva de escoger entre el amor a sus padres y hermanas y su deber con la patria.

Pepe describió el hondo dolor de su progenitor durante aquellos días de su encarcelamiento y cuando logro verle, y cómo él viejo querido buscaba colocarle unas almohadillas que su madre le había hecho para evitar el roce de los grillos. Ya en prisión, Leonor iba todos los días con sus hijas a la oficina del Gobernador a pedir la libertad del hijo prisionero “con ideas peligrosas”, según las autoridades españolas

Muchas penas le esperarían a Doña Leonor, nacida en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias el 17 de diciembre de 1828, radicada en Cuba desde los 14 años y casada con el valenciano Don Mariano Martí y Navarro, con quien procreó ocho hijos. Pero si algo llenó su existencia de luz, fue aquel 28 de enero de 1953, cuando nació Pepe, su único varón entre tantas niñas, quien se convertiría e un hermano devoto de ellas.

Era una mujer singular. Mariano, por entonces sargento de artillería valoraba en ella su inteligencia natural, al extremo de otorgarle un poder para que lo representara en sus gestiones de negocios. Dulce y delicada debió de haber sido aquella moza fuerte, que aprendió a leer y escribir en casa de unas amigas, ya crecida, venciendo el cerco familiar y los prejuicios de la época en Las Canarias de entonces. Su hijo lo reflejó tempranamente en su drama Abdala, publicado en enero de 1859, en el que un joven guerrero se ve ante la disyuntiva de escoger entre el amor materno y la patria; y se marcha a la guerra.

A pesar de su obligado alejamiento Martí nunca dejo de preocuparse por sus padres. Tierna, digna y virtuosa, Leonor se creció ante los ojos de su hijo aquella noche de los terribles sucesos del teatro Villanueva, tan bien reflejado en el filme cubano El ojo del canario, cuando la madre salió en busca de su muchacho, en medio de las balas.

“Era mi Madre; fue a buscarme en medio de la gente herida y las calles cargadas a balazos y sobre su cabeza misma, balas que disparaban a una mujer”.

Para sus padres, Pepe debía ser un sostén para la familia y guía y consejero para sus siete hermanas, como era costumbre de la época. Pero no fue así, por lo menos de la manera que quizás lo imaginaron sus progenitores..

Por las cartas de Martí vemos como él ejercía tutela y orientación desde la distancia sobre sus hermanas, casi siempre a petición de Leonor .Entre Martí y sus padres hubo, sin dudas, desarreglos, incomprensiones, reprimendas, consejos, enfrentamientos, pero nunca lo dejaron solo. Ella tenía conocimiento de los peligros que rodeaban a su hijo, y aunque quizás, no lo supo comprender ni apoyó en sus actividades independentistas, no fue por razones políticas, fue por la supervivencia de la familia que amaba y protegía.

Su querido Pepe nunca dejó de preocuparse por la autora de sus días y por su padre, ya viejo y achacoso y a pesar de su obligado alejamiento, se las ingeniaba para hacerle llegar ayuda y misivas enternecedoras.. “Mi madre tiene grandezas y se las estimo y la amo. “”¿ Y de quien aprendí yo mi entereza y rebeldía, o de quien pude heredarlas sino de mi padre y de mi madre? “

Y cuando su hijo cayó en combate aquel fatídico 19 de mayo de 1895, Leonor sufrió un duro golpe que sumó al dolor provocado por el sucesivo fallecimiento de la mayoría de sus hijas.

Ya anciana, al instaurarse la republica lastrada por el neocolonialismo, sobrevivía apenas con un sueldo como empleada subalterna de una secretaria del Gobierno. Los emigrados cubanos entonces promovieron una colecta popular para adquirir la casa natal del Apóstol, donde ella se había preocupado por colocar una tarja, honrando su nacimiento en la vivienda de la calle Paula, en la Habana de intramuros.

Esta le fue entregada a Leonor, ya con su salud bastante quebrada y con la miseria a las puertas, lo que la obligó a alquilarla e irse a vivir con su hija Amelia. Allí falleció el 19 de junio de 1907.

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