Por Marilys Suarez Moreno
Desde que nace, el bebé siente la necesidad del amor. El modo como le tratan desde su primer día de vida contribuirá a formar su concepción del mundo, como lugar hostil o acogedor, lo cual se afianzará a lo largo de su existencia; será parte esencial de su personalidad, perdurará a través de los años y sólo será parcialmente modificado por circunstancias posteriores.
Los besos, los abrazos, las caricias y los mimos son expresiones de ternura, que mucho necesita el ser humano, apenas se asoma al mundo. Ayudan a transformar un momento triste, doloroso o de fracaso y miedo y nos dan la fuerza que necesita ese momento.
Una de las acciones que aprendemos desde los primeros años de vida es la de abrazar y besar a nuestros hijos e hijas y a los más cercanos familiares. A ello nos acostumbraron nuestros padres y parientes, sin proponérselo; quizás guiados, eso sí, por el cariño, el afecto.
“Danielito, dale un abrazo al señor, que es amigo de tu padre”. “Niña, esta señora es mi amiga de los años, dale un beso”. No olvido a un niño cuya mamá le obligó a saludar efusivamente a la visita, por la cara que puso el pequeño, pues la buena señora tenía el rostro empapado de sudor. Por suerte, ésta lo relevó de la prueba, diciéndole: “Déjalo, que estoy muy sudada”.
El abrazo, en particular, posee un carácter afectivo peculiar, casi siempre ligado a las emociones, los sentimientos, actitudes y hechos que provocan sensaciones placenteras, por lo que adquiere una fuerza considerable en las relaciones humanas.
Investigaciones científicas apoyan el hecho de que los abrazos son necesarios y muy recomendables para el bienestar físico y emocional de las personas y, en particular, los infantes; entre otras razones, porque aquieta los nervios, fortalece la autoestima, alivia las tensiones y combate el insomnio. Un abrazo hace que la persona se sienta bien, confortada y tranquila.
No bastan las palabras para hacerles llegar a nuestras hijas e hijos el cariño que les tenemos. Hay que demostrarlo y no a ratos, sino en todo momento. Si los educamos con amor, cuidando de su bienestar físico , espiritual y del desarrollo de sus emociones positivas, haremos de ellos y ellas seres humanos independientes, cooperadores, capaces y afectuosos.
¿Cómo logramos hacer sentir a nuestros infantes que las relaciones para con ellos son de comprensión y afecto? Pues por medio de expresiones tiernas, cariñosas, elogiándolos por sus pequeños o grandes éxitos.nPor ejemplo, cuando han aprendido a comer o vestirse solos. Esto es vital para su vida futura, porque un niño o niña criado de este modo formará una personalidad galante y sana en sus emociones.
Amar, ofrecer nuestros mimos y caricias a los más pequeños de la casa y también, por qué no, a cuantos nos rodean en la familia, no significa sobreprotección ni empalagos ni fastidios, sino cariño, apego, felicidad de tenerlos cerca y contar con su presencia a nuestro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario