Por Marilys Suárez Moreno
Mariana no concebía lo que su hijo mayor le decía. Tanto él como su hermano disfrutaban de su adolescencia y exigían que los dejaran salir ese fin de semana a una casa en la playa, donde una de las muchachitas del grupo iba a celebrar sus 15 años. ¿Por qué no podemos, por qué?, repetían una y otra vez, sacándola de sus casillas.
Ella estaba divorciada del padre de los muchachos y, aunque éste era un papá ocupado y preocupado por sus hijos, ahora mismo no estaba a su lado, apoyándola, quizás en sus negativas, se decía, mientras sus pensamientos viajaban hacia aquellas criaturas que muy pronto dejaron los pañales, la toma de leche a sus horas y los pasitos inseguros de su aprendizaje.
Crecieron y ella apenas lo percibió. Crecieron dejando atrás los cumpleaños de su primera infancia, los juegos, el círculo infantil, los uniformes y mochilas listas para adentrarse en su primera vez a la escuela. Crecieron también en la obediencia y la desobediencia familiar, como suele ocurrir.