miércoles, 21 de agosto de 2024

Crecen sin pedir permiso


Por Marilys Suárez Moreno

Mariana no concebía lo que su hijo mayor le decía. Tanto él como su hermano disfrutaban de su adolescencia y exigían que los dejaran salir ese fin de semana a una casa en la playa, donde una de las muchachitas del grupo iba a celebrar sus 15 años. ¿Por qué no podemos, por qué?, repetían una y otra vez, sacándola de sus casillas.

Ella estaba divorciada del padre de los muchachos y, aunque éste era un papá ocupado y preocupado por sus hijos, ahora mismo no estaba a su lado, apoyándola, quizás en sus negativas, se decía, mientras sus pensamientos viajaban hacia aquellas criaturas que muy pronto dejaron los pañales, la toma de leche a sus horas y los pasitos inseguros de su aprendizaje.

Crecieron y ella apenas lo percibió. Crecieron dejando atrás los cumpleaños de su primera infancia, los juegos, el círculo infantil, los uniformes y mochilas listas para adentrarse en su primera vez a la escuela. Crecieron también en la obediencia y la desobediencia familiar, como suele ocurrir.

Y ahora entraron en una etapa cargada de conflictos y peculiaridades propias de la edad y también la menos comprendida por los adultos.

Una época ambigua, a medias entre la infancia y la madurez, en la que se definen tanto el cuerpo como la personalidad, en dependencia de cómo se afronten las diferentes situaciones que la vida va presentado. Es un período de cambios y de crisis, de maduración y autonomía.

La adolescencia continúa siendo la etapa de la vida menos comprendida por los adultos. Según los sicólogos, este referente está dado por los cambios que se producen y por las contradicciones que estos provocan y hacen que ocurran transformaciones importantes para el desarrollo de la personalidad infantil.

Época cruzada de factores biológicos y sociales, incluyendo la educación en la escuela, el hogar y el medio, confluyen en su curso, que toma en cuenta el proceso de madurez de la chica o el chico en plena adolescencia.

La intolerancia familiar puede provocar en las y los adolescentes un sinnúmero de reacciones, que van desde el ocultamiento hasta la rebeldía, la timidez o la inseguridad. De hecho, lograr diálogo y entendimiento es, por supuesto, lo más acertado. Pero ¿cómo?, se pregunta una y otra vez Mariana.

Tanto muchachas como muchachos parecen tener un radar específico para lo prohibido y peligroso. Pueden ser crueles en algunos casos y temerarios, agresivos y soberbios en otros.

Dañar cosas, en ocasiones sin proponérselo, está entre sus embates, lo que provoca que la relación fraterno-filial entre en crisis. Y aunque es cierto que muchos asumen esos cambios sin grandes aspavientos, ávidos de crecer; otros se transforman de la noche a la mañana y se vuelven desobedientes, contestones y altaneros, lo que resulta bastante difícil de entender a sus progenitores.

En opinión de psicólogos y expertos en el tema infanto-juvenil, como la Doctora Patricia Arés, especialista en familia, los regaños constantes, los sermones y hasta los castigos incomprendidos generan fastidio, irritación, rutina y hasta rebeldía, además de restarle importancia al asunto. Para la muchacha o el muchacho es como si oyera llover. Lo aconsejable es dar por terminado el asunto tan pronto lo hayas discutido, sin insistir más.

Tampoco es sensato demostrar toda una autoridad y darles un ultimátum; resulta más saludable ofrecerles opciones, orientarlos en sus decisiones y facilitarles la opción de elegir por sí mismos. Alternativas que puedan complacer tantos a unos como a otros en la familia, dentro de las normas aceptadas socialmente.

Resulta importante respetar sus opiniones y hacerlos partícipes de los problemas hogareños. Ser atendidos y escuchados tiene para la y el adolescente una gran importancia, pues significa sentirse comprometido.

Esta es una edad en la cual los sentimientos de menosprecio o la crítica en presencia de otras personas hacen mella en su orgullo y sensibilidad. En fin, no damos recetas, esas las aplica cada familia a su entender; solo ofrecemos algunos consejos prácticos valederos en cualquier etapa de la vida, máxime en la adolescencia.

Pero es un esfuerzo que bien vale la pena y facilitará la tarea cotidiana de lidiar con ellas y ellos en un clima de razonamientos y esfuerzos conjuntos, no solo de normativas y prohibiciones que a estas edades ni siquiera intentan entender, pero que forman parte de los inconvenientes que tiene que enfrentar la familia. Si a lo anterior añadimos que las y los adolescentes son muy críticos hacia los mayores y poco autocríticos hacia sus comportamientos e incapaces de reconocer sus limitaciones, pues los conflictos están a la mano entre unos y otros.

Ser ese espejo en los que ellos y ellas quieren mirarse, los ayudará a aclarar lo que está ocurriendo, les servirá en su complejo proceso de encontrarse y reencontrase con sí mismos, al tiempo que los preparamos para que vivan su vida con respeto y felicidad.

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