Por Aime Sosa Pompa
Para ti, la mujer acelerada, van estas consideraciones; para la misma que un día — puede ser hoy—se sintió muy cansada, literalmente "desbaratada", como si le faltaran piezas.
Por eso tienes que frenar. Pero es difícil, ¿cierto? Más fácil lo escribo yo que lo intentas tú. De todas maneras, vamos a tratar: sólo un paso, para que ese freno funcione en cámara lenta y sea mejor la recuperación. Es que esa celeridad no es la medalla que debes ganar.
Ahora mismo puedes hacer una prueba: mírate las manos, ¿muestran a una mujer que trabaja mucho o poco, independientemente de lo que hace? Haz lo mismo con tu cara: en un momentico ve al espejo, o inclínate en la cama y observa bien. No te detengas en las arrugas, en las canas o en la belleza de ese rostro aún joven; no te pongas a pensar en lo que puede o no gustarle a alguien. Mírate mejor a los ojos, con esa profundidad que sabemos está entre ceja y ceja.
Ahí estás tú; no lo pareces, pero eres la genia de la lámpara, la maga con o sin sombrero, la creadora y recreadora de mundos y la máster en el invento; ¿qué digo máster?, ya eres una doctora en ciencias domésticas y familiares.
Si te hice sonreír, vamos con buen paso. Sonríe y siéntete, al mismo tiempo, orgullosa. Esto pasa cuando la mujer se multiplica, se desdobla haciéndolo todo o casi todo en su casa, o en la de la madre, la del hermano, la de su hija, con los nietos o con la bebé que sólo se duerme en sus brazos.