Dadme un niño hasta la edad de siete años y os responderé del resto de su vida.
José de la Luz y Caballero
Por Marilys Suárez Moreno
Papá, feliz de la “hombría” de su vástago, le daba a beber unos sorbos de cerveza. El niño, unos seis años, hacia muecas, pero tragaba complaciente, contento de ser objeto de la atención de los presentes que, entre risas, le celebraban la gracia.
La escena la presencié hace pocos días en casa de una vecina, pero no era la primera vez que veía ese tipo de proceder. Sucede también con los padres fumadores, que mandan al niño o a la niña a que les alcancen el cigarro, que pasan de la mano de papá a la de mamá, o con aquellos que hacen del hogar un calvario por la violencia que despliegan contra la madre o los propios hijos.
¿Qué idea podrá formarse de su conducta un menor viendo a sus progenitores actuar de ese modo? Ningún juicio racional y seguro. No olvidemos que niñas y niños aprenden observando, imitando el comportamiento de quienes lo rodean. Si los mayores no ofrecen los mejores ejemplos, resulta imposible esperar que el infante actúe en correspondencia.