Dadme un niño hasta la edad de siete años y os responderé del resto de su vida.
José de la Luz y Caballero
Por Marilys Suárez Moreno
Papá, feliz de la “hombría” de su vástago, le daba a beber unos sorbos de cerveza. El niño, unos seis años, hacia muecas, pero tragaba complaciente, contento de ser objeto de la atención de los presentes que, entre risas, le celebraban la gracia.
La escena la presencié hace pocos días en casa de una vecina, pero no era la primera vez que veía ese tipo de proceder. Sucede también con los padres fumadores, que mandan al niño o a la niña a que les alcancen el cigarro, que pasan de la mano de papá a la de mamá, o con aquellos que hacen del hogar un calvario por la violencia que despliegan contra la madre o los propios hijos.
¿Qué idea podrá formarse de su conducta un menor viendo a sus progenitores actuar de ese modo? Ningún juicio racional y seguro. No olvidemos que niñas y niños aprenden observando, imitando el comportamiento de quienes lo rodean. Si los mayores no ofrecen los mejores ejemplos, resulta imposible esperar que el infante actúe en correspondencia.
De nada servirán las prédicas y los regaños si no van acompañados de ejemplos efectivos. Si el menor observa en la conducta de sus progenitores actitudes contradictorias con lo que pretenden enseñarle, no hará grandes progresos.
Es un tema tan sencillo como el lenguaje, de nada valdrá decirle que tal o cual palabra es fea, eso no se dice, si constantemente la oye en la casa en boca de sus mayores: Resumiendo, el ejemplo, bueno o malo es el primer texto que el niño o niña aprenderá y arraigará en su vida.
Muchos padres se asombran porque a veces, dando a los hijos una educación en apariencia correcta, los resultados son muy diferentes de lo que se podrá esperar.
Parecen olvidar que existe una regla fija educativa y psicológica que afirma y confirma la tendencia innata que el infante tiene en la imitación. El gesto que ve o la palabra que escucha son para el pequeño ser mucho más fáciles de asimilar que toda una cuidadosa lección explicada.
Hay emociones, actitudes, que defraudan al niño o niña, como son el miedo, la violencia, la mentira, la simulación y, en suma, todo cuanto sacuda o conmueva el sistema nervioso infantil.
Por eso resulta incomprensible ver a algunos padres y naturalmente a algunas madres- emplear modales, palabrotas, expresiones, frases o adjetivos malsonantes delante de los menores de la casa, quienes lo repetirán en la primera ocasión que tengan para ello. ¿A quién echar la culpa? ¿Al niño o la niña? ¡Absolutamente, no! Hay que atribuirla a esos padres, madres o demás familiares que no cuidan su lenguaje y conductas, aunque luego pretendan corregirlo en sus hijos-hijas.
Es necesario profundizar en los sentimientos infantiles, descubrir el origen de sus comportamientos negativos y buscar la solución al problema. No olvidemos que los niños y niñas que demuestran mayor hostilidad son siempre los más necesitados de cariño, atención y comprensión. Una respuesta sencilla, una explicación adecuada o un consejo orientador, estrechan los familiares y ayudan a mantener una armónica convivencia.
La comprensión paterna no contradice la firmeza, así como la dulzura no significa malacrianza. Lo importante para que el menor respete a los mayores y que encuentre lógica sus actitudes y enseñanzas es el buen ejemplo que verá en su familia toda.
Pero ¡cuidado!, las reglas de educación y de conducta que se establezcan en casa deben ser aceptadas y respetadas. Solo así se formará un lado importante de la personalidad infantil.
La inteligencia de los adultos consiste en saber distinguir entre las cosas básicas y las que son secundarias. La educación es un proceso largo que requiere sacrificio, dedicación, paciencia, y debe comenzar temprano, aunando la palabra y el ejemplo.
No es cosa fácil más no hay que escatimar esfuerzos para que en un futuro tengamos ciudadanos responsables y juiciosos, seguros de su propio valor, fuerzas y entereza ante la vida.
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