miércoles, 19 de noviembre de 2025

Omara va veloz: entre la pista y la maternidad

 

Hoy, alejada de las pistas de forma definitiva y con su segunda hija recién nacida en brazos, Omara habla con serenidad.

Por: Ana Laura Fernández de Lara López y Jesus Muñóz

En Cuba, decir el nombre de Omara Durand Elías es invocar no solo una lista de medallas y récords, sino la historia de una mujer que corrió con el corazón en cada zancada. Lo hizo por ella, por su país y por todas las mujeres que han visto en su trayectoria una prueba tangible de que la disciplina y la pasión pueden transformar destinos.

Hoy, alejada de las pistas de forma definitiva y con su segunda hija recién nacida en brazos, Omara habla con serenidad, pero también con el brillo en la voz de quien sabe que su impacto en el deporte paralímpico y en la sociedad cubana no se borra con el retiro.

«Creo que dejé huellas positivas, de amor, de cariño y sobre todo recuerdos muy bonitos de mi vida como atleta», asegura, y al rememorar su trayectoria no se enfoca en la nostalgia, sino en la gratitud. «Sé que a través del deporte y de todos los resultados lindos que tuve, he obtenido el cariño y el respeto de muchísimas personas tanto dentro como fuera de Cuba, y eso me llena de satisfacción. Me fui del deporte feliz por haber logrado todos mis objetivos profesionales, pero también afectivos».

La velocista, que durante más de una década dominó las pistas con un talento capaz de traspasar fronteras, no agota su historia en los récords ni en las medallas; es también un relato de disciplina, sacrificio y, más recientemente, de maternidad consciente y feliz.

Su retiro del alto rendimiento no ha apagado el vínculo que la une al deporte ni su compromiso con el movimiento de mujeres en Cuba.

 Nos recibió en su casa con la pequeña Liz Allison en brazos. A pocas semanas de haber dado a luz a su segunda hija, la campeona parece más conectada con su presente que nunca antes. Su retiro del alto rendimiento no ha apagado el vínculo que la une al deporte ni su compromiso con el movimiento de mujeres en Cuba, sino que ha creado espacio para otro tipo de desafíos. Con calidez, nos habla de lo que significa para ella ser figura de admiración dentro del deporte paralímpico femenino, del sacrificio detrás de sus victorias, de sus propios referentes y de sus planes futuros.

Su inicio en el atletismo no fue una decisión heroica ni una vocación precoz; más bien, como ella misma lo confiesa, fue casi un juego: «Primero el deporte empezó como un hobby, lo hacía para salir de la escuela en la que estaba becada. Pero ya después se volvió mi pasión y solo quedó seguir el camino de las grandes atletas a quienes admiraba».

Tras once medallas de oro paralímpico, Omara insiste en que su carrera fue significativa a nivel personal, pero también es parte de un movimiento mayor que ha visto a las mujeres ganar terreno en todas las esferas de la sociedad, incluido el deporte. «Las mujeres tomamos protagonismo en diversos sectores y eso es un logro, pero en el deporte paralímpico específicamente el movimiento femenino ha cogido mucha fuerza. Tenemos varias atletas con resultados muy relevantes. Espero que ese auge continúe y que sigan manteniendo buenos resultados en nombre de Cuba».

Omara habla no solo desde su posición de deportista, sino también como la mujer consciente de un terreno ganado que hace algunas décadas parecía lejano. Pero toda esa gloria no fue alcanzada desde las gradas. La vida del atleta no se resume en el cruce de la meta, los pasos hacia el podio y la sensación del metal pesado contra el pecho. Mucho debió vivir para disfrutar los breves minutos del aplauso final.

«Detrás de tanto éxito ha habido muchísima abnegación desde niña. Todo eso implicó fuerza de voluntad, empeño y disciplina», confiesa. «El deporte es una carrera de sacrificio, necesita de concentración, de entrega. Es fácil ver el momento de las grandes competiciones… pero existe todo un mecanismo detrás que debe funcionar para que, en el momento preciso, las carreras puedan salir de manera exitosa». 

Omara no olvida que el triunfo nunca fue un esfuerzo individual. En su éxito destaca como pilares a Miriam Ferrer, su entrenadora, y Yuniol Kindelán, quien tantas veces la guio en el camino a la victoria. «Yo sola no pude haber logrado tantas cosas bonitas. Tuve un maravilloso equipo técnico detrás: mi entrenadora -mujer igual que yo-, el guía, el equipo médico, fisioterapeutas y especialistas en psicología, los fisioterapeutas, los psicólogos. Y la familia… la familia también es muy importante».

No es casual que subraye la labor de su entrenadora, una figura que rompe con la idea de que el alto rendimiento es terreno casi exclusivo de hombres. En su vida y sus resultados, la presencia femenina a todos los niveles del deporte no es solo un dato, sino un símbolo, y por eso nos habla de su vínculo con la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), a la que pertenece con orgullo. «La Federación se formó con la intención de que las mujeres fuéramos empoderadas en todas las aristas posibles. Es un movimiento de fortaleza, que nos mueve a todas a la acción. Es la organización más importante que tenemos en Cuba para ver a la mujer de manera completa, con todos sus matices».

Omara, la multicampeona, con su vientre de madre reciente y su niña dormida en la cuna, admite que le hace feliz saberse referente de miles de niñas en Cuba y el mundo

Ante la pregunta de quién ha sido su mayor inspiración para labrarse esta carrera dorada, Omara solo puede pensar en otra mujer, otra guerrera del deporte, la Tormenta del Caribe. «Siempre Ana Fidelia Quirós ha sido para mí un ídolo, un ejemplo. Además de ser una gran atleta su calidad humana me inspiró muchísimo más. Ante ella hago reverencia».

Omara, la multicampeona, con su vientre de madre reciente y su niña dormida en la cuna, admite que le hace feliz saberse referente de miles de niñas en Cuba y el mundo. «Es algo muy gratificante, y siempre que pueda colaborar, apoyar, servir de alguna forma a cualquier atleta, a cualquier niña, lo haré con mucho gusto».

Después de su última carrera y de cerrar con broche de oro, ahora la pista que recorre es otra. «Estoy disfrutando muchísimo a mi niña Liz, que ya casi tiene un mes de nacida. Fue algo que deseaba y ya lo logré, la tengo en mis manos y ahora me debo a ella, esa es mi mayor responsabilidad».

Con la bienvenida a su segunda hija, los planes profesionales quedan en pausa, pero no desaparecen. Nos cuenta que le gustaría superarse, seguir estudiando, pero algo tiene muy claro: «nunca me voy a separar del deporte paralímpico, de alguna manera siempre voy a estar vinculada, para apoyar, para colaborar en lo que haga falta, donde me necesiten».

Omara Durand es, en esencia, una mujer que ha sabido correr todas sus carreras: las que se ganan con cronómetro y las que se conquistan con amor, entrega y compromiso social. Su historia no termina con el retiro deportivo, sino que empieza un nuevo capítulo, donde la meta no queda en el podio, sino en la sonrisa de sus hijas y en el ejemplo que da a todas las niñas cubanas, las nuevas atletas que están por venir.

En un país donde el deporte ha sido tradicionalmente una herramienta de identidad nacional, la figura de Omara se convierte en un símbolo de doble valor: el de la excelencia deportiva y el del compromiso social con las mujeres y con la inclusión. Su vida misma es prueba de que hay victorias que no dependen de rapidez, sino de resistencia, y de cuán profunda sea la huella que se deja sobre la pista.

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