Por Lianne Garbey Bicet
Cada 3 de junio, Cuba rinde homenaje a sus enfermeras y enfermeros, celebrando una profesión que es, en esencia, un acto de entrega y humanidad. Esta fecha, instaurada en 1923, recuerda la figura de Victoria Brú Sánchez, primera mártir de la enfermería cubana, quien falleció a los 42 años durante la epidemia de influenza de 1918. Su sacrificio y sentido del deber profesional simbolizan el espíritu de miles de mujeres que, desde entonces, han sostenido la salud de la nación.
La enfermería es, sin lugar a dudas, el corazón de cualquier sistema de salud. Detrás de cada diagnóstico, cada tratamiento y cada recuperación, hay una red silenciosa de profesionales que sostienen, cuidan y acompañan a pacientes y familias en los momentos más vulnerables de la vida. Sin embargo, la realidad laboral de las enfermeras y enfermeros dista mucho del reconocimiento simbólico y real que merece su labor.
Actualmente esta profesión en Cuba, como en el resto del mundo, enfrenta desafíos laborales significativos. Históricamente, la enfermería ha sido una profesión feminizada y, por tanto, subvalorada. Desde sus orígenes, el cuidado ha sido visto como una extensión de los roles domésticos y maternales asignados a las mujeres, lo que ha llevado a la profesión sea considerada “natural” para ellas y, por ende, menos valorada social y económicamente.
Las largas jornadas, turnos rotativos y la obligación de estar disponibles para emergencias las 24 horas también forman parte de las batallas a enfrentar por quienes cuidan la vida ajena.
Los turnos suelen organizarse en guardias de 12 horas continuas, seguidas de periodos de descanso que, en la práctica, muchas veces se ven interrumpidos por las carencias de personal que atraviesan la mayoría de nuestras instituciones de Salud Pública.
A ello debemos agregar la doble jornada asumida por las mujeres al llegar a casa, donde continúan con las tareas domésticas y el cuidado de la familia.
Aunque en respuesta a estas demandas, el Estado cubano ha implementado medidas salariales para reconocer el alto desempeño y la antigüedad en el sector, el reconocimiento económico aún no compensa del todo la magnitud de la entrega y la responsabilidad que asumen en su desempeño laboral.
A pesar de las adversidades, el compromiso de las enfermeras y enfermeros cubanos trasciende lo laboral. Símbolos como la cofia blanca, emblema de sencillez, servicio y abnegación, y la lámpara de Florence Nightingale, evocan la dignidad y la responsabilidad de quienes ejercen el cuidado.
Fieles seguidores de esta y otras grandes figuras, su labor se caracteriza por la sensibilidad, la empatía y la capacidad de sostener el sistema de salud en los momentos más críticos. Durante epidemias, desastres naturales y crisis sanitarias, son quienes permanecen al pie de la cama, asegurando no solo el tratamiento médico, sino también el consuelo y la esperanza de los pacientes y sus familias.
La jornada conmemorativa que cada 3 de junio es un tributo a esa vocación inquebrantable, reconoce el papel fundamental de la enfermería en la economía social y el bienestar de la nación, elevando la identidad y el orgullo profesional de quienes ejercen esta noble labor.
En esta fecha de celebración, más que una felicitación, urge un reconocimiento profundo y sostenido a su labor, que trascienda lo simbólico y se traduzca en mejores condiciones laborales, mayor autonomía y el respeto que merecen quienes, día tras día, cuidan la vida de Cuba.
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