Por Marilys Suárez Moreno
Los hijos son nuestro tesoro más valioso, nadie lo pone en duda. Desde que nacen volcamos en ese pequeño ser, no solo nuestro inmenso amor, sino mucha dedicación, ternura, expectativas y esperanzas para su vida futura, pues siempre queremos que alcancen las metas que nosotros no logramos y cuánto bueno se propongan.
Pero educarlos, verlos crecer y recrearnos en sus pequeños-grandes logros pasa por diferentes etapas, cada una con características y singularidades propias de cada niño o niña, pues ninguno es igual al otro.
En la definición de quién es y será cada criatura confluyen dos fuerzas: una es la herencia genética y la otra lo que le imprime la vida en las múltiples experiencias que le toque vivir. Esta última, aseveran los estudiosos del tema, es la que lleva la de ganar.
Así, durante el primer año de vida agudiza los sentidos, aprende a establecer relaciones y a captar su entorno. Es un ser en crecimiento y constante evolución y necesita de afectos y cuidados, comprensión y buenos modales; ejemplos, firmeza y el condimento especial que aportan el amor y la paciencia.
La risa, asociada a la sonrisa y al placer de estar contento, es una expresión de vitalidad e indicador de buena salud. Se dice que el bebé ríe al tercer mes ante algunos mimos, juegos o en el encuentro con el adulto que lo atiende.
De hecho, la relación física entre la madre y la criatura no debe ser bruscamente interrumpida después del parto, pues esta ha estado durante nueve meses materialmente pegada a la madre, y el desprendimiento, al término, es un verdadero shock para el nuevo ser.
Es necesario organizar sus horarios de vidas, esos determinados actos que garantizan tanto su salud física y mental como su ajuste social, pero se necesita ser persistente y tener la suficiente paciencia para no decaer en los propósitos que nos hayamos hecho en relación con su formación y que constituyen su rutina de vida: comer, bañarse, dormir, jugar.
Las rutinas son buenas para el infante, pues arraigan los hábitos de vida. Su principal beneficio es hacer que se sienta seguro y se deben establecer casi desde que nacen. Pronto se verá cómo las irá incorporando en su día a día y, cuando su desarrollo físico se lo permita, podrá hacerlas de manera natural.
Las bases fundamentales de la educación se extienden hasta los cinco años, lo que los padres hayan hecho hasta esa edad constituye el 90 % de todo el proceso educativo; después la educación prosigue su formación, pero, en general, se comienza a recoger los frutos de la enseñanza preescolar.
Recordando siempre que el equilibrio emocional es una de las bases esenciales de la personalidad infantil, particularmente en las edades tempranas, muy necesitadas de afecto, sinceridad y confianza, palabras mágicas repetidas de generación en generación.
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