miércoles, 11 de junio de 2025

Adolescencia en ciernes



Por Marilys Suárez Moreno

A sus 12 años, Arletty no concebía que sus padres no la dejaran salir esa noche con su grupo de amistades. "¿Por qué no puedo, por qué?" Repetía una y otra vez, cada vez más exasperada y sacando de sus casillas al matrimonio, que no acababa de comprender la actitud de su retoño que, fuera de sí, arrojó violentamente contra el piso el vaso que llevaba en la mano. Insultos y castigos llovieron entonces.

La adolescencia continua siendo la etapa de la vida menos comprendida. Es una época ambigua, a medias entre la infancia y la madurez, en la que se definen tanto el cuerpo como la personalidad.

Época cruzada de conflictos y peculiaridades de la edad, que se distorsionan y convierten en rasgos negativos de la conducta, cuando quien la vive carece de buena formación u orientación. Todo depende de cómo se afronten las diferentes situaciones que la vida va presentado. Es una etapa de cambios y de crisis, también de maduración. Aparece aproximadamente entre los 10 y los 16 años de edad, en dependencia del proceso de madurez, de factores biológicos y sociales, incluyendo la educación en la escuela, el hogar y el medio.

Según especialistas em psicología, este referente está dado por los cambios que se producen, y por las contradicciones que estos provocan, que hacen que ocurran transformaciones importantes para el desarrollo de la personalidad.

De hecho, dentro del punto de vista biológico y físico hay un crecimiento y una madurez sexual que son factores muy significativos en esas edades. En lo psicológico, se da una crisis de la auto conciencia. Fuentes expertas aseguran que en estas edades hacen crisis todos los fallos educativos de la infancia. Por ejemplo, el niño o niña que fue criado en el egocentrismo, acentuará su egoísmo al arribar a un periodo en que una gran carga psicológica le obliga a concentrar demasiado la atención en sí mismo.

Tanto muchachas como muchachos parecen tener un radar específico para lo prohibido y peligroso. Pueden ser crueles en algunos casos y temerarios y hasta agresivos y soberbios en otros. Dañar cosas, en ocasiones sin proponérselo, está entre sus embates, lo que provoca que la relación fraterno-filial entre en crisis. Y aunque es cierto que se suelen asumir esos cambios sin grandes aspavientos, ávidos de crecer; hay quienes se transforman de la noche a la mañana en chicos y chicas desobedientes y resulta bastante difícil entenderles.

Solo que para muchos padres, la frase “entender” al adolescente significa un peligroso esfuerzo de convalidación, una justificación de malacrianzas y actos que deberán ser reprimidos; una invitación al desbarajuste y el conflicto, cuando es un esfuerzo que bien vale la pena y nos facilitará la tarea cotidiana de lidiar con ellos y ellas. Pero, sobre todo, nos permitirá centrar nuestro esfuerzo en propósitos no simplemente normativas y prohibiciones, sino razones y entendimientos.

Algunos tratan de oponerse a la conducta adolescente con un rigor excesivo; otros admiten hasta sus acciones impropias como un fenómeno, un mal que pasará con el tiempo; hay quienes solo saben lamentarse y no resuelven nada; también existen quienes se despreocupan del muchacho o la muchacha y dejan que "campee libremente". Actitudes erróneas que repercuten en la formación de las adolescencias, y que se vuelve cada vez más conflictivo.

De ahí que lo primero es ser capaces de recordar quiénes fuimos de adolescentes y no nos será tan difícil entender a quienes tenemos junto a nosotros. Convivir durante esta etapa es asumir el reto de una relación con una persona cambiante a la que, para educarle no se trata de centrarse en negarles o prohibirles lo que piden, sino en proporcionarles un espacio y un marco de límites que favorezca y aliente el desarrollo de su personalidad.

Si somos ese espejo y les ayudamos a formular verbalmente lo que está ocurriendo, les serviremos en su complejo proceso de encontrarse con ellos mismos, al tiempo que los preparamos para que vivan su vida con respeto y felicidad.

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