Por Marilys Suárez Moreno
Muchas fueron las bondades que adornaron a Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley. Media Luna, tierra bañada por las aguas del Golfo de Guacanayabo la vio nacer el 9 de mayo de 1920. Recordarla en el advenimiento del 105 Aniversario de su nacimiento es sentir la huella que ha dejado entre nosotros su breve nombre.
Como dijo el desaparecido investigador y biógrafo suyo Pedro Álvarez Tabio, Celia está tan imbricada en la historia de la Revolución y de Fidel, que resulta imposible separar una de otra.
Combatiente de la clandestinidad y de la Sierra, fue también la persona que con más celo resguardó cada instante de la historia insurreccional cubana. Gracias a ella y a su afán por salvar el más ínfimo papelito o anotación, se creó la Oficina de Asuntos Históricos, en cuyas bóvedas se guardan miles de documentos originales de la lucha revolucionaria.
Criada por su padre, Manuel Sánchez, dentista de profesión y hombre de ideas avanzadas, Celia creció en un ambiente de buenas costumbres y entrega revolucionaria. Alcanzada la madurez política suficiente se sumó a la lucha contra Batista, luego de haber tomado partido con el Ortodoxo de Eduardo Chibás, del que su padre fue un eficaz colaborador.
Desde el mismo cuartelazo del 10 de marzo de 1952 se sumó a la lucha frontal contra el tirano y aun antes de que entrara en contacto con Fidel, ya era uno de los cuadros más destacados de la clandestinidad en Oriente, donde contribuyó activamente a la distribución en Manzanillo de los primeros ejemplares de la Historia me Absolverá que Fidel había sacado clandestinamente de la cárcel y que le reveló el alcance programático del movimiento gestado en el Moncada.
El amor por su padre nutrió la espiritualidad y rebeldía de Celia desde su niñez. Su entrega a la causa revolucionaria fue completa a partir del año en que el Granma arribó a Cuba para hacer historia.
Dirigía el movimiento en la región de Pilón y por su responsabilidad y sentido organizativo fue pieza clave en el apoyo al desembarco de Fidel y los demás expedicionarios.
Martiana convencida, Celia era una mujer ejecutiva y enérgica que impulsó legislaciones de Seguridad Social para las trabajadoras y campañas por la incorporación femenina al trabajo y el estudio.
Fue artífice, asimismo, de cientos de obras sociales, y asumió con amor e indulgencia cuanta solicitud le llegaba, pues nunca olvidaba a los que necesitaban de ella.
De hecho, su vida estuvo llena de detalles, pequeños o grandes, pero que la singularizaron. Gustaba de las flores y de los amaneceres y era la más feliz de las mujeres cuando alguien del pueblo decía: “Voy a escribirle a Celia, ella no desampara a nadie”.
En su consagración a la causa revolucionaria, primaba su pasión e interés por mantener vivo el contacto con el pueblo, donde encontraba aliento y razones para continuar su trabajo cotidiano.
Cuánto mucho hacía, lo impulsaba tan combativa como silenciosamente, con modestia y altruismo. Sin haber parido, amparó a niños huérfanos de la guerra a los que crió como propios.
Aquella mujer de ternura innata que fue diputada y miembro del Consejo de Estado y que era conocida por su extraordinaria preocupación e inquietud por las opiniones e intereses del pueblo, hizo de la consagración a la Revolución razón de fe.
A 105 años de su nacimiento, su nombre, permanece asido en el alma del pueblo que la ama y no la olvida.
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