Por Marilys Suarez Moreno
Ella fue, por su sobrado talento, candidata a la Real Academia Española de la lengua, pero su condición de mujer le vetó el camino. Le llamaban La Peregrina y fue una mujer audaz, independiente y de alma soberbia. Considerada la mayor poetisa del romanticismo.
Abandonada y sola expiró en Madrid el primero de febrero de 1863, Gertrudis Gómez de Avellaneda, una mujer controvertida que supo romper con los cánones establecidos en su época.
Su muerte pasó con penas y ninguna gloria, luego de haber sido tan aclamada por sus triunfos poéticos y dramáticos. No más de seis escritores acompañaron el cortejo de la lírica cubana, la que fuera una afamada poetisa bien conocida en el mundo de las letras en su época.
Nacida en el otrora Puerto Príncipe en 1814, tenía 22 años cuando abandonó su tierra natal para marchar a España y solo regresó a Cuba una vez en compañía de su esposo, un funcionario español que venía a la Isla en funciones de trabajo.
En España, Tula conquistó honores y fama, publicó sus primeros versos con el seudónimo de La Peregrina y ya instalada en Madrid, editó el primer tomo de sus poesías, recibidas con general aplauso en la península.
De naturaleza fogosa, pasional e irreverente, La Avellaneda conoció de amores tormentosos, tristezas, desengaños, abandono, pérdidas y dolores, incluyendo la pena que le causó abandonar su tierra amada, aunque su salida de Cuba fue para ella un llamado a mayores horizontes. Dueña de una vasta cultura literaria, la obra de la escritora camagüeyana puede resumirse entre la poesía y la prosa.
Admirada por los grandes maestros de las letras españolas, sus triunfos la llevaron a ser propuesta como candidata a la Real Academia Española, pero su condición de mujer y su afán de romper con la discreción y la docilidad que se le atribuía a las mujeres de su época, le frustró ese camino.
En Cuba, Tula, como la llamaban, fundó la revista Álbum cubano, colaboró en varias publicaciones y publicó su novela El artista barquero y, sobre todo su epistolario.
Dueña de una vasta cultura literaria, la obra de la escritora camagüeyana puede resumirse entre la poesía y la prosa, aunque también transitó por la dramaturgia y la narrativa.
Gómez de Avellaneda, más que otros escritores cubanos del siglo XIX, vivió consciente de su obra y en gran parte de sus versos proclamó las virtudes del arte que cultivaba, como en su oda A la poesía, sus octavas Al genio poético, Adiós a la lira y otros textos.
La Patria amada nunca le fue ajena a La Peregrina, como se autotituló, y muchas de sus composiciones fueron destinadas a ella, como su leyenda El aura blanca, inspirada en una vieja tradición camagüeyana en torno al recordado y piadoso Padre Valencia.
Entre sus obras narrativas sobresale Sab, la primera novela antiesclavista, incluso anterior a La cabaña del tío Tom, de la estadounidense Harriet Beecher, Fue autora también de Espatolino y Guatimozín y es considerada una de las precursoras de la novela hispanoamericana.
Su autobiografía y cartas íntimas, testimonio de una vida ardiente a través de la cual se reveló el valor humano de una mujer de avasalladora personalidad, la legó a Cuba, así como la colección completa de su literatura y cartas. Calificadas por muchos como extraordinarias y maravillosas epístolas, además de una autobiografía iluminadora de sus primeros años.
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