viernes, 31 de enero de 2025

Herencia fabulosa


Por Marilys Suárez Moreno

Casi desde que el niño o niña nace, se le enseña lo que debe y no debe hacer. “Eso no se hace”. Eso no se toca”, “Las paredes no se pintan”, “No le puedes pegar al gatito”, “Los niños no dicen malas palabras”..., Y así un montón de preceptos educativos que el infante irá asimilando a medida que crece y que el buen ejemplo de sus mayores le inculcarán cada día.

Si, porque además de crear una pésima impresión en los demás, la mala educación puede llegar a acarrearnos serios problemas con las leyes cuando se incumplen sus normativas, como sucede, por desgracia, gran parte del tiempo.

De ahí la responsabilidad que todos tenemos como padres, madres, familia y educadores, porque, ya se sabe, la educación arranca en la familia y se perpetúa en la escuela. Y mientras más temprano se despierte esa sensibilidad hacia lo que enaltece al ser humano, mayores serán las posibilidades de hacer de nuestros hijos e hijas hombres y mujeres de bien.

En el hogar estable, la educación atañe a la pareja. Cuando no sucede así, las consecuencias suelen ser nefastas para el control de los menores de la casa.

No por gusto se dice que los paradigmas son esenciales en la infancia, en el hogar, donde los progenitores en especial, van inculcando en su descendencia todo un conjunto de valores y concepciones, no solo a través de lo que expresan, sino también de sus actitudes y manifestaciones, lo que de una forma u otra los menores asimilan.

Valga la repetición, los niños y las niñas aprenden observando, imitando el comportamiento de quienes lo rodean. Por tanto, el ejemplo es el primer texto, que el infante debe aprender profundamente para que los incorpore a una mejor filosofía de vida, lo que resultará esencial para futuros y provechosos procederes y no se manifieste con las actuaciones discordantes que vemos por ahí más de lo que quisiéramos.

De hecho, qué idea podrá formarse de la conducta familiar un menor que ve a sus progenitores, por ejemplo, pegar a un animal indefenso, arrojar la basura para la calle, vociferar a altas horas de la noche o en cualquier espacio, maltratar a las personas a su alrededor o agredir de hechos y palabras por cualquier cosa, en sintonía con esas malas actitudes que ponen el interés por encima de la dignidad y que florecen en el nocivo panorama social que hoy padecemos.

Habría muchos otros ejemplos que mencionar y que tanto ustedes como nosotros, conocemos. Fisuras en nuestra educación formal que ponen en entredicho a no pocas familias.

De hecho, la acción educativa abarca un amplio espectro, dirigido a la formación multilateral y armónica del ser humano; es decir, al desarrollo físico, intelectual, moral, social, patriótico y estético de la persona. Eso se logra mediante la actuación mancomunada de la familia en particular y de la escuela y digo en particular la familia, porque es en este espacio donde el menor aprende y desarrolla hábitos de conducta deseables y concepciones y valores acordes con los preceptos formativos y educacionales.

Acostumbrémonos a ver la educación como la expresión natural de un sentimiento de afecto, respeto y solidaridad para con los que nos rodean y para nosotros mismos, empezando por nuestra propia casa y los menores que en ella conviven.

Como he dicho en otras tantas ocasiones, la honestidad no viene en el ADN, por lo que tempranamente se debe inculcar a niños y niñas. Por demás, es un proceso largo que requiere sacrificios, buenos hábitos de vida, dedicación y paciencia y debe comenzar tan temprano como la edad del niño o la niña lo indique, aunando la palabra y el ejemplo.

No es cosa fácil, más no hay que escatimar esfuerzos para que en un futuro tengamos ciudadanos responsables y juiciosos, seguros de su propio valor, fuerzas y entereza ante la vida.

A cada quien le toca elegir qué camino escoger ante la vida. Pero de algo estamos seguros, no es alentando conductas egoístas, sino educando en la modestia, el altruismo, la ética, la responsabilidad, el civismo y la bondad, entre tantísimos valores, que serán felices.

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