Lápices, cuartillas, manual, ¡Alfabetizar, Alfabetizar !
Por Marilys Suárez Moreno
Aprender las vocales, guiar el lápiz por la hoja en blanco, formar las primeras letras y tratar de leerlas a la luz de un farol son recuerdos inolvidables para la brigadista Conrado Benítez, Iraida Rosales. Asignada a una familia campesina de la zona del Escambray, la jovencita aprobaba el esfuerzo de aquel campesino recio que, después de trabajar de sol a sol, dedicaba la noche para aprender a leer y escribir, a la par de su mujer e hijos.
“Fue un aprendizaje recíproco” --recuerda la entonces adolescente de 16 años--, pues experimenté la rudeza de una vida de trabajos y esfuerzos en plena montaña.
“Una vida desconocida para la mayoría de aquellos estudiantes. Aprendí a sembrar, a guataquear, a bañarnos en el río y hasta montar a caballo. Terminada la Campaña, seguí estudiando y me convertí después en una profesional de la docencia, hasta mi jubilación.
Y sí, mírele como se mire, los que aprendieron a leer y escribir en aquella campaña inédita también enseñaron a la muchacha o el muchacho que compartía su techo.
La Campaña Nacional de Alfabetización fue un reto para aquella joven que, el 22 de diciembre de 1961, invadió la hoy Plaza de la Revolución José Martí para decirle a Fidel que habían cumplido y demandar nuevas tareas que hacer.
Fue aquel hito sin precedentes de una acción que trascendió fronteras y que, según la UNESCO, constituyó “una difícil conquista lograda a fuerza de trabajo, de técnica y de organización”.
Más de cuatro siglos de ignorancia fueron barridos por el huracán de lápices, faroles y cuartillas desatado por las manos puras de un joven ejército de bisoños maestros.
En 12 meces se redujo su índice de analfabetismo a 3,9%. Más allá de sus resultados educacionales, el hecho constituyó una escuela formadora y un factor de integración nacional para nuestro pueblo, que aprendió a enfrentar las grandes tareas de una Revolución en marcha.
Meses antes, Fidel lo había anunciado al mundo en la tribuna de las Naciones Unidas; se daban los primeros pasos en cumplimiento del Programa del Moncada.
Sin casi recursos, pero con el empeño de enseñar a los que no sabían, más de 270.000 jóvenes se integraron a la Campaña Alfabetizadora.
Casi 55.000 eran muchachas provenientes de todos los rincones de Cuba, muchas se asomaban por primera vez a la dura vida del campesinado cubano, la cual fue evolucionando para mejor con el trascurso de los años.
En esa tarea también estuvo la mujer, que alfabetizó en centros de trabajo y asumió distintas tareas de apoyo.
Para quienes vivieron esos días, 63 años en el tiempo, aquella cruzada devino epopeya inolvidable, pues a modo experimental se crearon grupos pilotos para disponer las futuras brigadas alfabetizadoras, conformadas por alumnos de Secundaria Básica e Institutos Preuniversitarios.
Adolescentes casi niños que partieron a regiones aisladas y de difícil acceso a llevar la luz de la enseñanza. Fue una campaña inédita en el mundo, teniendo en cuenta que la entonces recién nacida Revolución se enfrentaba a continuas agresiones, como la invasión mercenaria de Playa Girón, lanzada en abril de ese año.
La epopeya alfabetizadora tuvo la adhesión entusiasta de poetas como Rafaela Chacón Nardi, Raúl Ferrer y Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí.
Intelectuales, artistas y hasta pintores de tierra adentro dejaron en murales sus expresiones artísticas sobre la épica cruzada. Eduardo Saborit, que regaló el Himno de las brigadas Conrado Benítez, compuso luego su preciosa canción Despertar, que quedaría como una página de gloria de nuestra música popular.
De aquel 22 de diciembre de 1961, en que la Campaña de Alfabetización encauzó la enseñanza por derroteros firmes, a la vez que resolvía como ofrecer educación a todo el pueblo, nació la tradición justa y bella de rendirles redoblado homenaje a los educadores.
Los logros alcanzados en la enseñanza cubana hoy día son parte de la historia y del esfuerzo de ese ejército de brigadistas alfabetizadores, gran parte de los cuales asumieron con empeño formador la docencia, como ejercicio de una profesión que demanda consagración y entrega total.
Simiente de aquella épica jornada alfabetizadora lo constituye el método Yo sí puedo, diseñado por Cuba para enseñar a millones de iletrados y que ha sido aplicado en más de un centenar de países, entre ellos Venezuela, Bolivia y Nicaragua, con eficacia probada.
La obra alfabetizadora fue la semilla. Enhorabuena, educadores.
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