Por Marilys Suárez Moreno
La segunda hija de Damián, un joven ingeniero en Informática, tiene pocos meses de nacida. Como el hizo antes con el primogénito, un hermoso niño de año y medio, le cambia a la niña los pañales, prepara biberones, los viste y duerme cada vez. Él es el sostén de su esposa y colabora con ella en los quehaceres de la casa y la atención a sus bebés, porque para este papá joven, su familia lo es todo.
Damián es un hombre de carácter introvertido, no le gusta exteriorizar sus sentimientos, aunque estos se desbordan en besos y mimos para sus pequeñines, y a veces a escondidas, por ese prurito machista que no acaba de abandonarnos, se le desborda el corazón cuando entre caricias y juegos recurrentes goza de la bienhechora presencia infantil.
La crianza y educación de hijas e hijos es una asignatura que no debe llevar arrastres, más bien conlleva graduarse con altas calificaciones. En realidad, no hay recetas para asumirla y pocas personas, hombres o mujeres, saben desde el comienzo cómo ser buenos progenitores. Eso se aprende, como tantas cosas en la vida, ensayando y cometiendo errores, madurando psicológicamente a la par de los hijos y sin creerse infalibles, lo que a la postre será una fuente de motivación para uno y otra.
Muchos de los problemas que condicionan las relaciones al interior de la familia, su capacidad para trasmitir valores o para deformarlos, o a desatenderse de la crianza y formación infantil no están vinculadas a las condiciones socioeconómicas de vida ni a la propia estructura familiar.
En el hogar estable, la educación atañe a la pareja por igual. Cuando no sucede así, las consecuencias suelen ser nefastas para el control de hijos e hijas, puesto que hay madres que se responsabilizan casi en exclusiva con la crianza infantil, sin interiorizar que este es un asunto que atañe por igual a la pareja.
No se trata de ignorar las obligaciones de uno y otra, sino de lograr que la familia funcione en colectivo; de lo contrario, comienza a primar la voluntad absoluta, el autoritarismo y los mandos supremos, lo que resulta fatal para la socialización del menor o la menor.
Se es padre en cualquier circunstancia, porque papá está ahí (o debe estarlo porque las reglas tienen sus excepciones, no?) y, aunque no conviva con estos en casa, se ocupa y preocupa por atenderlos, no solo por su manutención, sino para apoyarlos emocionalmente, velar por su existencia y amarlos hasta el infinito. Incluso los que ya no nos acompañan físicamente, porque se fueron a otra dimensión: sobreviven su luz y presencia a través de la impronta dejada, gracias al amor y las enseñanzas dejadas.
A la par de mami, papi también está presente en la existencia de su cría, menuda o crecida ya; presto al llamado de su descendencia, contento de tutelarla y guiarla de la mejor forma en su andar por la vida, como el padre orgulloso que es y el más preciado de los amigos que tienen sus hijos e hijas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario