jueves, 26 de diciembre de 2024

La Libertadora del Libertador

 


“Mi país es el continente de América y he nacido bajo la línea del Ecuador.”

Por Marilys Suárez Moreno

Su nombre fue escondido, vilipendiado y olvidado por décadas. Sus cartas íntimas, diarios y documentos se ocultaron por más de 130 años por quienes pensaban en ella como concubina y adúltera y no como la patriota corajuda que, al nacer bajo la línea del Ecuador, tuvo como país el continente americano, según decía.

Se llamó Manuela Sáenz Aizpurúa y nació el 19 de diciembre de 1797 en Quito, Ecuador. Mujer de ardiente temperamento y gran belleza, Manuelita arrastró tras de sí el desprecio y hasta la ignorancia y el desconocimiento, si bien la historia la conoce hoy como la Libertadora del Libertador.

Estigmatizada desde la niñez por ser hija de una unión no legalizada, sufrió el trauma de lo que aquello significaba en la sociedad de la época.

Quizás por eso se casó adolescente aun con un médico inglés de apellido Thornes, un hombre con alguna fortuna y muy apegado a las costumbres imperantes, con quien marchó a Lima, donde descolló como una activa conspiradora, pese a la negativa del esposo, a quien no amaba y de quien finalmente se separó.

Sola regresó a su natal Quito, donde continuó sus trajines conspirativos, y allí la conoció Simón Bolívar, a la sazón Libertador-Presidente de Colombia, quien regresaba a la capital ecuatoriana vencedor de la batalla de Pichincha.

Es relato histórico que, al paso de Bolívar, Manuela Sáenz arrojó una corona de laureles y que impactó con ella en la frente del guerrero, quien casi de inmediato quedó prendado de la bella quiteña, que le correspondió y se consagró por entero a la lucha junto a Bolívar, cuyo brazo poderoso combatió contra el yugo colonial en más de 400 batallas.

Con él, la intrépida Manuelita realizó varias campañas combativas contra el poder colonial español en Perú, donde resultaron tan valiosos los servicios prestados por ella que el General José de San Martin la condecoró con la Orden del Sol en el grado de Caballeresa.

En lo adelante, la vida de esta mujer imprescindible, que fue prócer antes de conocer a Bolívar, Coronela del Ejército Gran Colombiano, Húsar del Estado Mayor Independentista y Generala de la República del Ecuador, entre muchos otros lauros, siguió el mismo derrotero que la de su amante y juntos vivieron el más hermoso romance que recuerda la historia americana.

Unidos, Manuelita y Bolívar pasaron días de gloria, de intrigas y reveses, de pasión incontrolable, de amor sereno y de traiciones.

Simón Bolívar afirmaría que en Manuela Sáenz se resumían todos sus amores anteriores. Ella era la pasión, el fervor patriótico, la sagacidad, el amor maternal y la lealtad sin límites, probados todo el tiempo que permanecieron juntos.

Y Manuelita, insumisa ante los cánones que regían la sociedad colonial, cambió sus ricos trajes por el uniforme militar que ella misma confeccionaba y se unió a las tropas del Libertador.

Con él y su ejército realizó la campaña de Los Andes, en la que estuvo más de 1500 kilómetros montada a caballo, soportando los rigores del clima y de la propia guerra. Fue, además, custodia del archivo secreto de Bolívar.

Ella y Simón se vieron por última vez en mayo de 1830. A los pocos meses, el 17 de diciembre, él murió, enfermo y devastado por las traiciones y las intrigas que lo siguieron todo el tiempo.

A Manuela la difteria la venció el 23 de noviembre de 1856 en la localidad portuaria de Paita, en Perú, donde buscó un refugio forzoso que terminó siendo voluntario y vivió confeccionando dulces para sostenerse honradamente los últimos años de su existencia.

Ella, la insepulta de Paita --como la nombrara el gran poeta chileno Pablo Neruda--, la quiteña insurrecta, insumisa, rebelde y luchadora, enalteció hasta el fin de sus días la memoria del Libertador, al que sobrevivió 26 años más.

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