Por Marilys Suárez Moreno
La vida de Melissa está regida por el reloj. Apenas comenzó el prescolar, su mamá la inscribió en una escuela de baile español y en clases de inglés, cerca de su casa. Hoy la niña tiene 10 años y su escaso tiempo libre lo emplea en estudiar y jugar en su computadora. Algo similar ocurre con Anthony, de ocho años, inscrito en un grupo de baile y cuya agenda se completa con tres días de repaso a la semana.
Daniel, por su parte, vive su infancia sin mayores presiones que las de aprobar el grado y estar a las nueve de la noche en casa para bañarse, comer y hacer las tareas. Lo mismo sucede con Josué, Cristian, Anabel, Melanie y el Dany, otros chicos y chicas del barrio, quienes apenas llegan de la escuela corretean por la calle, ajenos a los regaños de los vecinos, hasta que son llamados a gritos, generalmente por sus madres, interrumpiendo el jolgorio que se prolonga hasta tarde en la noche para disgusto del vecindario.
Muchos de estos menores se bañan y comen a las tantas de la noche, ajenos a los límites o normativas que deben pautar la vida infantil desde la más temprana infancia, porque desde muy corta edad se han acostumbrado a conseguir lo que desean y hacer su voluntad, sin que sus familias se preocupen mucho por ello.
Los extremos nunca son buenos. Una excesiva tutela o una festinada y acelerada libertad componen polos opuestos de la formación en las primeras edades. En ello estriba la necesidad de poner límites y fronteras. Un tema recurrente a la hora de criar y educar y que sociólogos y pedagogos aseguran resulta de suma importancia en la formación y desarrollo del individuo, además de estar vistos como las normas sociales que deben recibir los infantes apenas despuntan en la vida. De hecho es necesario implantarlas previamente y no después de que sean quebrantadas.
Si no se fijan a su debido momento, el menor toma sus propias decisiones a partir del conocimiento que tiene del medio familiar. Por eso es imprescindible establecer los límites a tiempo, para que después se pueda exigir, partiendo del conocimiento infantil. De manera tal que comprendan los argumentos esgrimidos por la familia y el por qué es esencial que los cumplan.
Una organización de vida demasiado rígida, restringida y que no respete las peculiaridades del menor, apergollado por determinadas agendas, puede resultar perjudicial. Tanto como la ilimitada libertad concedida, generalmente a los varones, por aquello de que a los machos hay que soltarlos para la calle.
Entre los términos a establecer, lo fundamental es el comienzo de cada una de las limitaciones que se hagan y el por qué se hacen y deben cumplirse. Que sepan, por ejemplo, que las personas no pueden colocar sus códigos de actuación más allá de los de los demás, porque también hay que aprender a respetar al prójimo. Por eso los límites se mezclan siempre con normas, reglas y valores morales. No se pueden establecer de manera total, sino acordes a un contexto determinado.
Restringir sus andanzas, vigilarlos de cerca, exigirles el cumplimiento de los horarios de vida en la familia no es ninguna arbitrariedad, sino una manera de ayudarlos a vivir más plenamente en el medio social, lo que conlleva una progresiva aceptación de la realidad que, poco a poco, se va imponiendo sobre el placer propio y los juegos. La vida tiene leyes que niñas y niños deben aceptar, aun a riesgo de sufrir decepciones, lo que lleva a una definición más clara en cuanto a los términos de las prohibiciones respecto a los demás y a las situaciones de peligro o dolor, amén de darles tiempo para pensar, adaptarse y actuar según las condiciones.
No todo debe ser NO, pero tampoco todo, SI. Resulta importante encontrar el justo equilibrio a la hora de establecer los límites y, al fijarlos, tener en cuenta que estos sean factibles de entender y aceptar, pues no se puede prohibir o imponer algo que no pueda cumplirse, porque se desmorona lo aplicado.
Hay términos que se generalizan, por ejemplo: el respeto a las personas mayores, ya que estos implican en su inmensa mayoría una autoridad familiar o social. En otros casos, se delimitan a la actividad rectora que predomina en casa, acorde a las edades y entendimiento, pero las reglas son las mismas y aplicarlas significa hacerles ver que hay diferencias, comportamientos y actitudes y que no pueden actuar por cuenta propia, violando lo establecido por mamá y papá.
Los límites existen para bien de las personas y hay que enseñarlos, aprenderlos y aplicarlos en el instante preciso, a fin de darle al infante la capacidad necesaria para contenerse o abstenerse de hacer lo que desea, postergando su realización para el momento oportuno.
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