Por Aime Sosa Pompa
Costó 400 pesos la libertad de la esclava Salomé. Caridad fue “apreciada” con 250 pesos por el testamento del señor Tomasevich. Madres negociando el patronato de sus hijos con los dueños. Niños que por una ley nacían libres, pero seguían atados a los dueños de la progenitora, mientras el patrono se aprovechaba de su trabajo sin remuneración alguna, hasta tener la edad de 22 años. Teresa, negra criolla de más de 40 años de edad, fue liberada por un testador y recibió la suma de cien pesos oro. Esos son solo matices de un pasado colonial que aún marca un intenso proceso histórico y bien arraigado, donde son protagonistas nuestras ancestras, negras y de origen africano.
Hoy es un hecho el tema de la emancipación femenina, si bien estamos en un entorno donde las desigualdades y la igualdad de género son retos para seguir rompiendo todas las brechas posibles; incluso desde que se auguró al siglo XXI como el de las mujeres. Para llegar a los marcos actuales, mucho tuvieron que hacer en esos siglos pasados, mientras cimentaban una cultura de resistencia y dignidad ante los amos y sus propiedades, que incluían a múltiples familias esclavizadas.
¿Cuánto sufrieron, demandaron y presionaron las mujeres negras en el pasado colonial de este archipiélago? ¿Qué podrían hacer mientras añoraban el fin de las cadenas de una esclavitud que trincaba a sus hijos, nietos y a ellas mismas? ¿Cómo no escucharlas y reconocernos si de alguna manera nos hicieron llegar sus voces esclavizadas y trasplantadas?
Se conoce que muchas de esas antecesoras tuvieron que recurrir a los suicidios, abortos y hasta el infanticidio para no seguir reproduciendo manos de obra para sus dueños y dueñas. El cimarronaje, rural o urbano, fue otro subterfugio para las insurgencias negras y femeninas. Y las resistencias desde los cauces jurídicos y legales, se convirtieron en muestras de defensas y desacuerdos combinados con conocimientos cabales del sistema y sus respectivos canales. Otras, en cambio, se vieron arrastradas a un devenir que casi las convierte en figuras anónimas, pero los legajos de archivos oficiales pudieron devolverlas, aunque sin un final expedito.
Determinados textos establecen un discurso de múltiples lecturas y dejan entredicho a un paternalismo que pudiera ser estratégico entre amos y esclavos (o no): “dar la libertar graciosamente”, “manumitirlos de manera graciosa”; legados “en su oportunidad” o que permanecieran en servicio y bajo su abrigo en el extranjero. En esas resistencias cotidianas que se encuentran en documentaciones primarias, cabría aludir a las que pudieron llegar a ser heroínas cotidianas, proactivas y hasta resolutivas.
La investigadora y Doctora en Ciencias María Cristina Hierrezuelo, en un artículo relacionado con la legislación, manumisión y abolición en Santiago de Cuba entre 1868 y 1886, expuso casos fechados en el Archivo Histórico Provincial.
Destaca que “en 1872, don Luis Malleuve, libertó graciosamente a su esclava María del Carmen, morena criolla de 35 años de edad, y le cedió y traspasó el patronato de su hija Rosa de Lima. En 1875 María Caridad Carón, dio libertad a Salomé por la suma de 400 pesos. Igualmente le cedió y traspasó el patronato de su hija Victorina, chinita de tres años”.
Entre los esclavos de la dotación del ingenio La Cubana, ubicado en la localidad de Jutinicú, y propiedad del catalán José Planas, como consigna un documento con fecha del 8 de mayo de 1874; convivían dos sexagenarias que fueron libertas: Isidora, de 60, partera y enfermera, y Teresa, de 65 años, que cuidaba a los muchachos.
Un folio del 28 de marzo de 1870 atestigua que Jorge B. Calzado se comprometió a manumitir a su esclava Tomasa, negra criolla de 35 años de edad, si lo acompañaba, y sirviera a él y a su familia fuera de la Isla. Es notable que “el otorgante se obligaba a volverla a traer a la ciudad santiaguera si fuera del gusto de la liberta, pagándole sus pasajes y sosteniéndola en sus necesidades mientras estuviera a su servicio”. Como expone la también profesora Hierrezuelo no existe anotación del notario sobre haberle entregado copia a la beneficiada, como debía ser usual.
Esto tiene todas las trazas de una emigración que pudiera entenderse, por una parte, como una patraña y una libertad frágil con un grado de indefensión, que igual pudieron vivir los 14 esclavos que se llevó Antonio Antomarchi, propietario de las haciendas San Antonio y Aurora emplazadas en Hongolosongo y Brazo de Cauto. Los recibiría en Puerto Rico, entre ellos estaba Isabel de 47 años junto a dos libertas, Carlota y Cesarea, con sus pequeños hijos, Pedro Alcántara y Lucía, de 15 meses y tres años de nacidos, como detalla la carta de manumisión.
Por su parte, Rita Armendi, en su testamento establecido el 15 de agosto de 1882, dispone que “la negrita nombrada Ángela, su patrocinada, quedara libre de toda servidumbre, sirviéndole la cláusula de título en forma ´en su oportunidad´”.
En esas y otras muestras nada se sabe del destino de esas mujeres ni de sus familias o acompañantes en ese periplo que siglos después son solo letras pálidas de folios en los archivos. En ocasiones es posible suponer que, ahorrando dinero, aseguraron de una vez por todas la libertad definitiva. En otras, que fueron agraciadas por segundos o terceros patrones con otros contratos. A lo sumo pasaron de ser esclavas a ser patrocinadas, y aún permanecieron como bienes preciados en manos relativamente generosas.
De todas maneras, en las redes de las servidumbres y de la gente sin historia, se prefiere entender que fueron también ellas las que, sin condicionamientos, crearon las subsistencias de las actuales mujeres emancipadas, y dejaron las herencias actuales de resistencias, viniendo de ese otro mundo, del país del esclavo y de la esclava, como bien espetó públicamente Sojourner Truth, mientras demandaba por los derechos de las mujeres “de color”.
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