Por Marilys Suárez Moreno
Casi desde que el niño o niña nace, se le enseña lo que debe y no debe hacer. “Eso no se hace, nené”, “Eso no se toca”, “Las paredes no se pintan”, “No le puedes pegar al gatito”, “Los niños no dicen malas palabras”; y así un montón de preceptos educativos que le irán formando a medida que crece y que el buen ejemplo de sus mayores le inculcan.
Si, porque además de crear una pésima impresión en los demás, la mala educación puede llegar a acarrearnos serios problemas con la ley cuando se incumplen sus normativas, como sucede, por desgracia, gran parte del tiempo. De ahí la responsabilidad que todos tenemos como padres, madres, familia y educadores. En el hogar estable, la educación atañe a la pareja. Cuando no sucede así, las consecuencias suelen ser nefastas para el control de los hijos y las hijas.
En el hogar, la familia van inculcando en sus hijas e hijos todo un conjunto de valores y concepciones, no solo a través de lo que expresan, sino también de sus actitudes y manifestaciones, lo que de una forma u otra su descendencia asimila y contribuye así a la estabilidad y salud educativas y afectivas de ésta.
Los niños y las niñas aprenden observando, imitando el comportamiento de quienes lo rodean. Por tanto, el ejemplo es el primer texto que el infante debe aprender profundamente. ¿Qué idea podrá formarse de la conducta familiar un menor que ve a sus padres y madre, por ejemplo, pegar a un animal indefenso, arrojar la basura para la calle, vocifera a altas horas de la noche o en cualquier espacio, maltrata a las personas a su alrededor o agrede de hechos y palabras por cualquier cosa?
Habrían muchas otras situaciones que mencionar y que tanto ustedes como nosotros, conocemos, y que muestran fisuras en la educación formal que ponen en entredicho a no pocas familias.
La acción educativa abarca un amplio espectro, dirigido a la formación multilateral y armónica del ser humano; es decir, al desarrollo físico, intelectual, moral, social, patriótico y estético del ser humano. Y eso se logra mediante la actuación mancomunada de la familia en particular y de la escuela. Digo en particular la familia, porque es en este espacio donde el menor aprende y desarrolla hábitos de conducta deseables y concepciones y valores acordes con los preceptos formativos y educacionales.
Acostumbrémonos a ver la educación como la expresión natural de un sentimiento de afecto, respeto y solidaridad para con los que nos rodean y para nosotros mismos, empezando por nuestra propia casa y los menores que en ella conviven.
Por demás, un proceso largo que requiere sacrificios, buenos hábitos de vida, dedicación y paciencia y debe comenzar tan temprano como la edad del niño o la niña lo indique, aunando la palabra y el ejemplo.
No es cosa fácil, más no hay que escatimar esfuerzos para que en un futuro tengamos ciudadanos responsables y juiciosos, seguros de su propio valor, fuerzas y entereza ante la vida.
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