Por Aime Sosa Pompa
La llamaron “negra guerrillera esa”, “nuestra negra Piedad”, se cuestionaban qué guardaba en los turbantes y le dijeron que le encantaba ostentar su militante negritud; pero nunca dejó de estar en el centro del conflicto. ¿O de los conflictos?
A la madre le preguntaron si le habían cambiado a su hija por esa morenita, la distinguieron como la hija de Yemayá, cuando fue refugiada en Canadá, tuvo que hacer de empleada doméstica, estuvo casada por 27 años y con él tuvo 4 hijos: una hembra y tres varones; se graduó de abogada y pertenecio a grupos de negritudes en las barriadas de su natal Medellín, fue conseja, senadora, exsenadora, mediadora de intercambios humanitarios en zonas de guerra colombianas, antagonista de las duras. Siempre siguió el consejo materno: “la gente es gente por lo que tiene por dentro”.
En todas esas lides, faltaron por decir muchas cosas de ella, como que quiso echar en un mismo caldero a la libre maternidad, el derecho legal de homosexuales para constituir una pareja, las uniones entre parejas del mismo sexo y legalizar el aborto en determinados casos. Si hubiera querido lo de ser la mujer del año en 2002, se hubiera repetido. Pero ¿qué hizo que en el 2008 ya estaba en un listado de antipersonajes?
Fue piedra en más de cientos de zapatos, como si su nombre se transformara ferozmente, mientras se adornaban las hojas despectivas del árbol que le fueron creando. Hojas que el tiempo marchitó y dejó caer como paja para que no se volvieran semillas, porque en ellas estaban escritas palabras despectivas y vergonzosas, desde las que comienzan por negra y van mal acompañadas, hasta las que terminan, (si terminan acaso) en hijueputa.
Un día le escribió a un presidente negro de los Estados Unidos y se presentó como una “mujer afrodescendiente comprometida con el logro de la justicia para todos los grupos sociales que tradicionalmente han sido excluidos de nuestros sistemas socio políticos”. Después el escritor y periodista German Uribe le llamó “la mujer de acero”, mientras que para la politóloga Susana Kjalil, esa negra colombiana no era “un panfleto o un hello-Kitty de la paz, ni tampoco una exquisitez de la diplomacia”. Ya entonces todo el mundo leía que la paz en Colombia se llamaba Piedad Córdoba.
Esa es solo es una residencia temporal de la gran ceiba que fue Piedad Esneda Córdoba Ruíz, hija de la blanca Lía y del negro Zambulón. Al parecer nació entre las raíces de la gratitud, porque cuando logró una semillita de lo impensable para los colombianos y las colombianas que querían la paz, siguió agradeciendo. No solo a esos muchos presidentes latinoamericanos que ayudaron a mostrar el rostro de la esperanza; también a todas las personas que hicieron lo posible para abrir ciertas puertas en su país, entre ellas a las Mujeres por la Paz en el Mundo, que caminaron con ella. Al contestarle a alguien por Twitter que la insultó, le bastó escribir: “desagradecida”.
Mientras aquí en Cuba festejábamos un aniversario de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), el 23 de agosto de 2012; German Uribe la defendía desde el medio alternativo Rebelión por tener pelos en la lengua y decir lo que le venía en ganas, con “palabras sólidamente ajustadas a lo que le dictan el corazón, la honestidad política y la firmeza ideológica”, mientras reconocía su capacidad de dinamita, sobre todo por ser “simplemente mujer y por añadidura, negra, lo cual para los machistas de ambos géneros es francamente imperdonable”.
Antes, el 30 de septiembre de 2010, el líder cubano Fidel Castro Ruz argumentaba que, a pesar de una amañada destitución de la prestigiosa senadora, su prestigio y autoridad moral se había multiplicado. La describió como una “persona inteligente y valiente, expositora brillante, de pensamiento bien articulado”.
Hoy pudiéramos imaginarla cuando fue secuestrada en 1999 y sobrevivió a un viaje tenebroso. La subieron con las manos atadas y los ojos vendados a un helicóptero, haciéndole pensar que la iban a arrojar al mar. Después de una presión internacional liderada por mujeres, fue liberada. En una entrevista a María del Mar Ramírez Alvarado reconoció que desde ese día su proyecto más importante era lograr estar con vida. Estaba en un mundo donde ante la guerra de los hombres, la respuesta era la paz de las mujeres, por eso quería un proyecto de país desde una visión de mujer democrática y libertaria. Y cuando aquello no usaba los bellos turbantes que tanto llegaron a molestar a muchos y muchas malquerientes.
La Piedad de las mujeres libertarias hubiera cumplido 68 años el 25 de enero. Y lo vamos a celebrar desde su otra vida, por ser de las nuestras, de las aguerridas marianas de todas las épocas, para juntas revolucionar las luces de este mundo donde siempre seremos más.
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