El cuidado de los bienes comunes familiares y los de la propia sociedad debe ser objeto de permanente preocupación y ocupación por parte de los mayores que conviven en casa.
Por Marilys Suárez Moreno
La niña tomó el celular de la madre, colocado en una mesita a su alcance, y luego de trastearlo cuanto quiso, lo tiró al piso. Minutos después su madre lo recogía preocupada por si se hubiera dañado. Para suerte suya no, pero debió haber sido más responsable, pues su hija apenas tiene cuatro años y aún no sabe valorar el costo de las cosas.
El cuidado de los bienes comunes familiares y los de la propia sociedad debe ser objeto de permanente preocupación y ocupación por parte de los mayores que conviven en la casa, pues los hijos e hijas menores no tienen plena conciencia y mucho menos responsabilidad sobre la valía personal y de costo de determinados artículos. Si dejamos a un pequeño, por ejemplo, que manipule a su antojo el móvil de alguien, para que se entretenga y nos deje en paz por un tiempo, no podemos hacerlo responsable por borrarnos algo, romperlo o hacer cualquier otro estropicio.
El niño o niña no debe tener solamente un sentido personal sobre la atención de los objetos. Se le debe instruir en la previsión y conservación de los equipos y útiles de la casa, entre los que destacan el ahorro de la electricidad, del agua, el no ensuciar las paredes ni darles golpes a las puertas y ventanas, entre otros ejemplos.
Hay que enseñarles, casi desde la cuna, a ser responsables y cuidadosos; no sólo de las pertenencias propias, de la familia y del hogar, sino también de las suyas y las de los demás, incluyendo la propiedad social: escuelas, paredes, ventanas.
Si se quiere educar bien al menor, no hay que pasar por alto estos aspectos de la formación familiar, que algunos padres apenas consideran, o posponen para cuando sean mayores, como por ejemplo, el sentido del ahorro, de la responsabilidad y el deber.
Apagar luces innecesarias, cerrar una pila de agua, desconectar un equipo que no se esté usando, no botar la leche o la comida --porque, como decían los abuelos, comen más con los ojos que con la boca-- son aspectos que el niño o niña debe aprender a valorar desde bien temprano en la vida. Algo similar ocurre con los juguetes, artículos de colegio, libros, ropas y mochilas que rompen, ensucian y deterioran sin más ni más, sabedores de que papá o mamá les comprarán otros o que, luego, pagarán por un costo irrisorio los libros que les entregaron en la escuela a principios de clases y que han perdido o rompieron.
En este mar de gratificaciones materiales, de dilapidación e insensatez, algunos olvidan lo que es el verdadero amor y la importancia de educar a su descendencia como seres honestos y responsables. Sin contar que, de esa forma, se fomenta en los infantes la tendencia al despilfarro y al consumismo innecesario.
Esta conciencia se adquiere cuando, desde las edades más tempranas, se les ha inculcado la responsabilidad de ahorrar y cuidar lo que se tiene y lo que la sociedad pone a su alcance para su uso y disfrute: la escuela, el parque, el jardín, la playa, etc...
Desde pequeños deben aprender a valorar el costo material y afectivo de las pertenencias propias y los bienes del hogar, así como los sociales de que disfruta. Saber que las cosas no bajan del cielo, sino que son fruto del trabajo y el esfuerzo de sus padres, demás familiares y de la sociedad en su conjunto.
Son estos preceptos éticos que deben regirlos desde la niñez y que hacen mejor al hombre y a la mujer en el día de mañana. Caudal espiritual que llevamos dentro y que urge rescatar. Apreciará entonces el verdadero valor del ahorro y de la organización económica familiar, valederos para una existencia mejor y más plena.
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