jueves, 26 de octubre de 2023

María Zambrano y sus delirios desde la isla apenas posada sobre las aguas

 




Por Aime Sosa Pompa

Existen muchas formas de acercarse a literatas que dieron voces a impresionantes mujeres, esas que han sido protagonistas de otras historias a veces menos contadas o, simplemente, cercenadas. Una de ellas fue la española María Zambrano, quien llamó a Cuba “patria prenatal” y la encontró como una “isla apenas posada sobre las aguas”, cuando se aposentó aquí viviendo “en la luz más que en el mar”.

Entre octubre de 1936 y junio de 1953, con estancias cortas y otras prolongadas, se mantuvo siempre vinculada a una parte del universo cultural habanero. Para entonces, la figura de Antígona se impregnó en ella, en su cosmovisión, y reconocía el exilio como una dimensión de una patria desconocida.

Precisamente, la joven dramaturga e investigadora también española Nieves Rodríguez Rodríguez dedicó a Zambrano una interesante conferencia, durante la Semana de la Cultura de España, que tuvo lugar en octubre en esta capital. Exilio, delirio y teatro fueron los tres pilares de su disertación, en la que pudo entregar una Zambrano más cercana para quienes escasamente la conocen.

Desde un tono casi familiar, Rodríguez hizo un relato preciso de los años de incertidumbre y sufrimiento que vivió la profesora universitaria, sobre todo al estar separada de su hermana Araceli --la llamó el mejor regalo que recibió en la vida--, y cómo descargó esas vivencias en forma de confesiones en cartas y libros que suponen un intento de comprensión histórica e íntima de esos momentos.

Mientras leía fragmentos de las misivas escritas desde latitudes caribeñas y en especial de la pieza “La tumba de Antígona”, Nieves describió ese delirio tan peculiar en la pensadora malagueña, como un pasado que no pasa porque se niega de algún modo a desalojar el presente, y reconoció en sus letras una multiplicidad de los tiempos, como mismo lo hace el teatro con sus personajes y máscaras; algo que existe en lo cotidiano. También dejó una visión menos trágica de esa proyección cuando recordó que, para la filósofa, sin esperanza no había delirio.

Diversos textos de la primera mujer que recibió el Premio Cervantes tienen un tono filosófico, incluso su novela autobiográfica aparece en tercera persona y pocas veces con el yo o la primera persona acostumbrada. De ahí que este periplo coloquial, que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional de La Habana, llevó a entender mejor a una intelectual que estuvo lejos de la historia, separada; que se preguntó cómo dar forma a la angustia que sentía y además a la esperanza que se abría paso.


Foto: Natasha Salomé Tachín Sarría

Por eso tuvo que inventar otro tiempo y generar espacios para, al menos, desarrollar el ser, afirmaba la teatrista Nieves Rodríguez, quien por cierto en esta, su primera visita a Cuba, buscó los pasos de la Zambrano por la escena habanera.

Tal vez alguien lleve con todos los pormenores cuántos días entre abril y agosto de 1952 escribió la Zambrano aquí, en La Habana, las evidencias y revelaciones de su libro Delirio y destino (Los veinte años de una española). Esta novela, que no se editó sino cerca de 40 años más tarde, era más que el relato confesionario de la joven, hermana y exiliada. Ella misma se preguntaba por qué esas páginas no podían contener “una autobiografía verdadera”, sin llegar a ser “una falacia de falso ensoñamiento”.

Para expertos y estudiosas, el delirio zambraniano se fundaba en soñar y poder construir la matria de una hermandad solidaria, siempre respetuosa, que se podía anteponer ante esas patrias levantadas sobre “los cráneos de los muertos”. Esas opiniones la hacen más cercana al feminismo que se requiere en la actualidad. Por ello es importante esta frase, no lapidaria, más bien inapelable con los tiempos que corren, que puede resumir su drama: “Mientras la historia que devoró a la muchacha Antígona prosiga, esa historia que pide sacrificio, Antígona seguirá delirando”.

Quien no pueda leerla, puede percibir entre sus ideas esta afirmación, quizás edulcorante, pero necesaria en horas tan difíciles como las que vivimos en todo el mundo: “hay que tener el corazón en lo alto, hay que izarlo para que no se hunda, para que no se nos vaya. Y para no ir uno, uno mismo, haciéndose pedazos”.

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