jueves, 21 de septiembre de 2023

Rosa, la Coronela mambisa


Por Marilys Suárez Moreno

Rosa María Castellanos y Castellanos nació esclava en un barracón cercano a Bayamo, en 1834, adoptando el apellido de la familia a cuyo servicio estaban sus padres, Matías y Francisco, pero relegaría luego de ese apellido al entrar a la historia patria como Rosa, La Bayamesa.

En 1868, al estallar la Guerra de los Diez Años, viviendo ya en condición de mujer libre, se sumó al llamado de Céspedes y se incorporó a la lucha con decisión tan inquebrantable que solo plegó sus armas 30 años después, cuando la intervención yanqui frustró la gesta victoriosa y las aspiraciones independentistas de Cuba.

El viaje a la libertad iniciado por el pueblo de Cuba en el hoy municipio manzanillero de Yara, encontró a La Bayamesa en una de las prefecturas de la Sierra Maestra, donde se dedicó a cuidar enfermos y heridos, entre otras muchas faenas.

Era una mujer combativa y de intuitiva inteligencia, que se destacó por su desempeño como enfermera de campaña y creadora de hospitales en plena manigua, durante las guerras independentistas de 1868 y 1895.

Cuando las familias bayamesas abandonaron sus casas reducidas a cenizas, Rosa se internó en las serranías de Guisa y con otras mujeres fundó la ranchería de Las Mentecas, donde crecieron sus dotes de dirigente para erigirse en la imprescindible retaguardia del Ejército Mambí.

Los amplios conocimientos de yerbas medicinales adquiridos en los barracones de su infancia y juventud fueron de mucha utilidad para su tarea de sanidad en los campos de guerra de su natal Oriente y luego en los lomeríos camagüeyanos, durante la Guerra necesaria.

Era hábil en la cocina y una original terapeuta de la guerra, recursos indispensables para paliar las vicisitudes del monte y las batallas de la contienda en las que estuvo acompañada todo el tiempo por su esposo, soldado insurrecto como ella.

Después de 1870, tras librar varios combates y destacarse como Capitana de Sanidad, marchó para la provincia de Camagüey, que atravesaba uno de los más críticos momentos de la guerra. Allí siguió curando heridos y enfermos, ayudando a los médicos mambises y combatiendo también cuando hizo falta.
 
Después del combate de Ceja de Altagracia, en Najasa, donde construyó un hospitalito, la labor de Rosa Castellanos como sanitaria se multiplicó en los conocidos combates de La Sacra, Palo Seco, El Naranjio y otros.

 A la bayamesa le gustaba adentrarse en el monte y recoger plantas que luego iba clasificando y de las cuales iba aprendiendo los secretos que, para sanar, tiene la naturaleza y que ella con su inteligencia instintiva y su alquimia, descubría cada vez. 

Su amor a la libertad nació con ella y renacía cada nuevo amanecer en la manigua, cuando con manos encallecidas ofrecía sus brebajes medicinales a enfermos y heridos de la guerra.

Acompañada en ambas guerras por su esposo mambí, Rosa Castellanos era también una experta en el manejo de las armas de fuego y el machete, armas con las cuales se destacó en el campo de batalla, cuando hubo necesidad de hacerlo.

Pero jamás se separó de sus heridos y enfermos, a quienes curaba y protegía sin distinción de razas. Armada de una carabina antigua y unos pocos cartuchos, salía a explorar; si el enemigo amenazaba el local que les servía de hospital, disparaba al aire para avisar a los allí internados y cada cual se escondía en la manigua.

Dolida por el Pacto del Zanjón, rechazado en la histórica Protesta de Baraguá por Antonio Maceo y muchos cubanos y cubanas dignos como la propia Rosa, y fiel a sus ideales patrióticos, Rosa y su compañero en la vida, José Florentino Varona, permanecieron en espera del reinicio de una batalla inconclusa, sin abandonar el sitio de Najasa, donde transcurrieron tantos años de pelea y desde donde se reintegrarían a la lucha en los inicios de la Guerra Necesaria, organizada y comandada por nuestro Héroe Nacional José Martí, el 24 de febrero de 1895.

 Con más de 60 años, la bayamesa Rosa Castellanos desplegaba todas sus fuerzas y empeños, entonces acompañada por los ayudantes que le designó el Generalísimo del Ejército Libertador, Máximo Gómez. Con esa necesaria ayuda, se logró construir un hospital de campaña en mejores condiciones, al que pusieron por nombre Santa Rosa.

El 10 de noviembre de 1896, a propuesta de Gómez y el otrora Presidente de la República de Cuba en Armas, Salvador Cisneros Betancourt, le fue otorgado el grado de Capitana del Ejercito Libertador a la mambisa bayamesa Rosa Castellanos. 

Concluida la guerra, regresó a su casa de San Isidro, en Camagüey, calle que hoy lleva su nombre. Allí, pobre, pero digno y firme su corazón de patriota, falleció el 25 de septiembre de 1907. 

Despojada injustamente de sus méritos combativos, pero honrada como coronel por las autoridades interventoras estadounidenses que le reconocieron con gestos nunca vistos.

 Y sí, el Ejército de Ocupación le rindió honores militares y una banda de música acompañó su cortejo hasta el cementerio. El pueblo camagüeyano, en sentida manifestación de duelo popular, siguió su sepelio hasta el Ayuntamiento, donde fue velada antes. 

En el Camagüey la bautizaron como Santa Rosa y su nombre destacó como ejemplo de patriotismo, por su bondad y espíritu de sacrificio, tanto como por su disposición y osadía en las batallas.  

Un monumento ecuestre en bronce, obra del maestro Alberto Lezcay, perpetúa en su Bayamo natal a la insigne bayamesa, hija ilustre de una ciudad ilustre.


Nota. Muchos de los datos extraídos para este trabajo fueron tomados del discurso pronunciado por Vilma Espín Guillois, el 15 de marzo de 2002, en el acto de inauguración en Bayamo de su monumento, a propósito del centenario de la insigne patriota cubana.



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