viernes, 22 de septiembre de 2023

Presencias y diversidad: mujeres en la Cumbre de los 77 y China

 



Por Aime Sosa Pompa

Estábamos por todos lados y en todas las escaleras de los recintos. En ocasiones los tacones parecían martillar los metales como augurios de resistencias. Otros calzados, algunos silenciosos, los más bien pegados a la tierra, anunciaban esa comodidad que nos hace gala cuando sabemos que nos esperan largas horas de un arduo bregar. Quizás esta Cumbre pudo ser, sin pretenderlo, una Cumbre de y con mujeres empoderadas en todos sus espacios.

Las reporteras y redactoras hacíamos un arcoiris similar al de otros acontecimientos de esta índole, pero algo más se sumaba al azul profundo de esas salas de prensa, en un Pabexpo engrandecido y mejor organizado.

A veces una cabeza inclinada, un abrir extremo de la mirada o una pregunta sencilla como “¿quién está hablando?” funcionaban como la contraseña de la prontitud reclamada por cada órgano o cadena.



Las asistentes y organizadoras, muchas de ellas jovencitas, presumían de una celeridad y porte que se agradecía, justo cuando el cansancio de algunas horas aparentemente aquietadas, convertía en un vaivén de silencios a las grandes alfombras.

Es posible que fueran los largos minutos de desayunos a buen tiempo, las meriendas repletas de cafés y jugos (algunos descubiertos como excelentes laxantes) y los almuerzos tablets, los que hacían del trabajo momentos más ligeros o inquietos. Allí estaban también las mujeres de las cafeterías y de los salones del Palenque, con esos dones de hacelotodo y capitanas para evitar las confusiones y agilizar los pedidos y pagos; y hasta sorprendían con el simple gesto y acertada solución de encender esos ventiladores que esperaban, cual momias, desde alturas de un afiebrado techo recién reparado.



En el Palacio de Convenciones, en esas áreas concurridas, cercadas por altos cristales que no apagaban un fuerte sol cubano de septiembre, se veían caminar sin ánimo reposado a las ministras y ministros, asistidas por sus secretarios o secretarias.

Carteras, mochilas, cuadernos, agendas, celulares en cientos de manos y hasta un bolso de tela con pícaros animes asiáticos deambulaban sin agotamientos por dondequiera.

Y hasta las responsables de la limpieza o de la atención en una cafetería permanentemente llena ayudaban a encontrar esos instantes de reposo que un encuentro de ese tipo siempre demanda.

De más está decir que en cualquier lugar estábamos como comunes mujeres que somos: de momento te salía al paso una canciller que adelantaba el paso o en el simple baño o toilette se lavaba las manos una ministra junto a ti, con esa muda concepción de que regresamos de la misma semilla.



Las sonrisas femeninas, a pesar del ajetreo, eran como consignas de adiestramientos. Es probable que no se esperaran tantas, pero el paso que llevaba esa cita tan multicolor y la experticia de su tema central ya iban marcando los senderos del éxito.

Largo sería un listado de todas las mujeres que desde el micrófono del plenario tomaron la palabra. Seguramente un detenido visionaje de sus minutos en el podio devele la fuerza gesticular y las emociones sinceras que allí demostraban.

No hay por qué usar la palabra asombro, menos cuando se trata de mujeres que ya están vestidas y entrenadas con el ropaje y los colores de la aceptación, que apuestan con sentido por un trabajo sin descanso, que no temen a develar cada mañana una agenda sobrecargada.

Y es que esos términos: ciencia, tecnología, innovación, también son nuestros acompañantes permanentes.

Aunque todavía el reclamo es que seamos más, ya somos científicas y hacemos ciencia, ya somos tecnólogas y dominamos la tecnología, ya somos innovadoras y reinas en las innovaciones; desde lo particular, lo doméstico, en la privada existencia y en los sueños que sabemos llegarán para el futuro.

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