sábado, 26 de agosto de 2023

La reina de Cuba


Experta en el manejo de las armas, María de la Luz Noriega Hernández  integró como capitana la columna del Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales, a su paso por el Occidente del país hasta la provincia de Matanzas. 


Por Marilys Suárez Moreno

Distinguida y elegante, María de la Luz Noriega Hernández era una joven cuyas cualidades destacaron no sólo en el seno familiar, sino en la sociedad de su época.

Aunque el año de su nacimiento es aún una incógnita, se dice que vio la luz en Pinar del Río, cuando vibraba la protesta de Baraguá (15 de marzo de 1878) y la voz del general Antonio Maceo --que la llevó a lo alto-- resonaba en los corazones cubanos. De ahí que si ambiente y acontecimientos influyen en la formación del individuo, uno y otro tuvieron que haber pesado sobre la comprensión espiritual de la joven Luz Noriega.
 
Esmeradamente educada, la muchacha estaba recién casada con el médico Francisco Hernández, pero sus sentimientos patrióticos y los de su cónyugue fueron más fuertes que los de la pasión que los ataba, y ambos marcharon a la guerra a defender a su Patria, en plena luna de miel.

Dicen que la bella mambisa era tan valiente como su esposo, a la sazón cirujano del Estado Mayor del Ejército insurrecto cubano. Luz se vio envuelta rápidamente en la leyenda. Día y noche curaba enfermos y heridos, sin distinguir uniformes, y sólo se apartaba de ellos para empuñar el arma y combatir como cualquier soldado, cuando la situación lo requería.

Era una experta en el manejo de las armas y, como capitana, integró la columna del Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales, a su paso por el Occidente del país hasta la provincia de Matanzas. Se conoce que tuvo una historia relevante, aunque con fugaces referencias en la historiografía cubana.

Con su esposo, el médico Francisco Hernández, se sumó a la gloriosa columna invasora del Titán de Bronce el 29 de enero de 1896, durante su trayectoria por la occidental provincia de Pinar del Rio, apenas disfrutando de su luna de miel. La participación de Luz fue destacada, tanto en funciones de enfermera como en la primera línea de combate. Fue admirada así por su destreza y bravura en las batallas en las que se vio envuelta, lo que le valió a la capitana el ya mentado sobrenombre de la Reina de Cuba

Y si la vida social le había rodeado de admiradores, muchos más tuvo la joven tras la batalla de Río de Auras, donde se batió heroicamente. Otros combates, como Paso Real de San Diego, Moralitos y Hato de Jicarita, le ganaron al joven galeno Francisco Hernández el grado de teniente coronel y a su esposa el de capitana.

Azares de la guerra llevaron al matrimonio hasta las provincias de Matanzas y Las Villas, donde se refugiaron, finalmente, en una hacienda de la actual provincia de Sancti Spíritus, porque Francisco cayó gravemente enfermo.

Un aciago día de 1897, la pareja fue sorprendida por una columna enemiga al mando del coronel español de apellido Orozco, quien tuvo la crueldad de machetear al joven médico hasta matarlo, sin respetar lo enfermo que estaba y en presencia de su esposa. A ella la enviaron a la otrora Isla de Pinos, donde fue indultada al restablecerse el régimen republicano y trató de seguir luchando por una Patria que se le desmoronaba, como su propia vida.

El 16 de agosto de 1901, enferma de dolor y sufrimiento y tras mucho padecer, se quitó la vida en Matanzas, donde se encontraba residiendo en esos momentos. El General Enrique Loynaz, quien siempre tuvo palabras de elogio y defendió a Luz cuando muchos se ensañaron en su reputación, escribió un artículo en el periódico La discusión, exaltando su vida y dedicación a la Patria y lo cruel de su destino.

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