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viernes, 12 de julio de 2024

Una historia en la espiral de la violencia femenina



Por Aime Sosa Pompa

La conocí en una de esas colas que duran más de una hora, a la espera del transporte de cada día. Se apreciaba orgullosa de su madurez, maquillada con delicadeza, como para alentar levemente el color poco común de sus ojos, aunque sin poder ocultar las ojeras. En realidad, tenía una sombra de tristeza y hasta algo de desespero que le vestía el rostro a sus 50 y pico de años. Y no era por la tardanza. Yo misma percibía que crecía algo más.

Ni sé por dónde comenzó la conversación, le inspiré confianza o quizás algo de empatía porque, sin darme cuenta, ella me estaba contando sus propósitos y lo que estaba pasando en los últimos meses. Mencionó nombres, direcciones, edades, muchos datos que se fueron borrando con la ayuda cómplice de unas neuronas que también se asustaban. Había salido de su municipio para esta capital en una estadía temporal, estaba pagando ahora un alquiler en un buen lugar a un precio genial, dándole tiempo al segundo de sus hijos recién llegado a otro país, para entonces emprender su camino de emigrante. Y cuando me dijo que se cumplió una premonición de un compañero de trabajo, sonaron las alarmas.

Le había dicho que aquí no tuviera pareja y que no se enamorara: “porque los hombres...”. Lo demás puede resultar típico y conocido en todo el imaginario que nos rodea. Esta no fue la historia de un supuesto cuento de hadas, porque quien “se había apoderado de su corazón” resultó ser tóxico y la violentaba en todos los sentidos. En todos los sentidos..., así me lo dijeron su cuerpo y sus brazos, cuando se pasaba las manos ante lo que supuse eran golpes imaginarios y recordados.