Por Marilys Suárez Moreno
Marianne es una joven mujer de apenas 24 años. Muy joven se unió al padre de su hijo Adrián, de quien se separó hace ya algún tiempo y que apenas ha vuelto a ver, pues se fue a vivir a otra provincia y nunca más se ha ocupodo de su hijo. Ella trabaja turnos irregulares y su madre es quien le cuida al niño, cuando puede y no está enferma, pues es bastante mayor.
Marianne apenas tiene tiempo y tampoco dispone de mucha paciencia y la poca que tiene, según dice, se la acaba su hijo de nueve años, riado un poco a la deriva, lo que la hace preguntarse constantemente qué va a hacer con él, que es un niño bastante rebelde y contestón.
Ciertamente, se requiere de mucha serenidad para hacer frente a la crianza y educación infantil y ella es de esas madres la emprenden a gritos y golpes contra el hijo o la hija, en su afán de hacerles “entrar por el aro”.
Sus amistades le dicen que tenga paciencia, que así no va a disciplinarlo y lo volverá más rebelde, pero ni modo. Hace rato que el muchacho la llevó al paroxismo de su poco o ningún aguante y a estas alturas,no conoce ni el significado de esa palabra que le repiten hasta el cansancio.
Desconoce que la paciencia es, según alguna que otra definición, la capacidad de tolerar, de sobrellevar alguna carga u a otra persona. Otros, la ven como una balanza que se inclina más hacia la alteración y el arrebato que al aguante y la serenidad.
La primera opción tiene la validez de respetar y tomar en serio las necesidades y los deseos de los demás. En este caso, nuestros hijos e hijas, y hasta llegar a acuerdos con ellos. La segunda transita por la intransigencia y la obcecación. Nadie lo duda, se necesita de mucha calma para criar y educar según las circunstancias personales, familiares y la personalidad de estos.
Mamá, particularmente, deberá armarse de mucho sosiego y serenidad para educar y formar al niño niña en constante crecimiento y evolución. Lógicamente, esos primeros años de la vida infantil parece envolvernos y apenas alcanza el tiempo para las muchas tareas que se asumen, aparte de la atención constante a un niño o niña que va creciendo a ojos vista y a quien no siempre nos resulta fácil manejar.
De hecho, la paciencia es una característica intrínseca de las personas que no siempre se sabe manejar con tino. Paciencia para aprender a dominar las emociones y erradicar los gritos y la tendencia al maltrato que tanto daña la formación infantil. Paciencia para dialogar con el menor y saberlo escuchar. Paciencia para sentar las pautas y principios básicos que rigen la de educación del niño o niña desde las edades más tempranas de la vida.
La educación infantil no es un proceso lineal y uniforme; se enmarca en etapas y cada una de éstas tiene sus propias características y hasta disyuntivas. A veces se comenten errores que atentan contra la necesaria armonía familiar, pues se olvida que el menor exige afecto, cuidados y comprensión, tanto como buenos ejemplos y firmeza, así como de aplomo y compostura a la hora de tomar decisiones que siempre deberán ser razonadas, pues los gritos y la tendencia al maltrato físico o de palabra dañan la formación infantil.
En otras palabras, ser pacientes, cualidad que nos permite el acercamiento y la reflexión, además de ser una maravillosa virtud.
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