martes, 22 de julio de 2025

La patriota ejemplar



Por Marilys Suárez Moreno

La patriota ejemplar. Así han visto siempre en tierra artemiseña a Magdalena Peñarredonda Doley, a quien familiarmente llamaban Llellena y que consideran con orgullo, su heroína. Nacida en Quiebra Hacha, el 22 de julio de 1846, Magdalena en verdad tuvo una vida ejemplar y se le reconoce como una eficaz colaboradora del lugarteniente general Antonio Maceo Grajales.

Hija de padre español y madre francesa, la educación recibida por esta última, hizo que creciera en ella las ideas libertarias plasmadas por la Revolución Francesa, además de una sólida educación cívico-cultural.

Tanto ella como su familia, sufrieron el asesinato de su hermano Federico por los colonialistas españoles y el posterior suicidio del padre, apesadumbrado por el desgarrador hecho. A propósito del crimen que enlutó a su familia, Magdalena publicó un artículo en el periódico El criollo, por el que fue acusada de rebeldía política y condenada al destierro en 1888.

Casada a los 15 años con un comerciante español de cuya unión no tuvo hijos, mantuvo su matrimonio por largos años, a pesar de la disparidad ideológica de ambos, pues nunca ocultó su adhesión a la causa independentista a la que se entregó totalmente.

Algo que ocurría con bastante frecuencia en las familias cubanas de aquella época, donde las mujeres estaban entre las primeras en unirse a la lucha. Y fue un “modelo de paciencia y patriotismo, según la definición que hiciera de ella el Apóstol de la Independencia, José Martí.

Magdalena se dio de lleno a los trajines conspirativos, a la par que establecía vínculos con destacados intelectuales de la época, como Julián del Casal, Manuel Sanguily y Enrique José Varona.

También se relacionó con el periodista y revolucionario Juan Gualberto Gómez, quien llevaba en el occidente del país las riendas de la lucha, como delegado de Martí en Cuba.

Fue periodista, activista política, luchadora por la independencia cubana y delegada del Partido Revolucionario Cubano en Pinar del Río, donde se destacó por sus ideales de justicia y sus muchos aportes a la lucha revolucionaria y según contaban, no se extrañaban de verla recoger dinero, armas y medicinas, trasladando armas y otros pertrechos para la causa y los hombres que peleaban en la manigua.

Su adhesión a la causa revolucionaria la llevó también al camino del exilio en los Estados Unidos, en Nueva York, donde vivió, entabló amistad con Martí, ligándose todavía más a las tareas emancipadoras.

Iniciada por Martí la llamada Guerra Necesaria, fue nombrada delegada de Pinar del Río ante la Junta Revolucionaria y en muchas ocasiones cruzó la famosa Trocha de Mariel a Majana, cuartel general de las tropas españolas durante la campaña mambisa de Maceo en el Occidente del país.

Y hay que decir que el Titán de Bronce depositó en ella toda su confianza y reiteradamente reconoció los méritos revolucionarios y el temple admirable de la mujer que, no solo conspiró activamente, sino que sirvió de correo y enlace entre los mambises en guerra.

Magdalena luchó durante años a favor de la independencia cubana. Fue delegada del Sexto Cuerpo del Ejército Libertador, estuvo presa en la Casa de Recogidas y, una vez alcanzado el triunfo sobre España, fustigó reiteradamente los errores e inconsecuencias públicas de la República mediatizada.

Incontables veces la voluntariosa mujer apeló al patriotismo para soluciones decorosas y estables. Le dolía que las ambiciones y el afán de predominio de algunos, desconocieran las aspiraciones de dignidad nacional.

Su fibra revolucionaria, sus ideales independentistas y sus muchos artículos escritos por ella en los tiempos de la República mediatizada, la mantuvieron siempre en plena lucha por la razón y la verdad, siempre firme. Tiempos estos en que su pluma devino su mejor arma de combate.

Casi octogenaria, declaraba su pesar por la patria y por su independencia a medias que lastraba a Cuba. Calificada por María Cabrales, la esposa del Titán de Bronce, como “La patriota ejemplar”, Magdalena Peñarredonda falleció el seis de septiembre de 1937, tras consagrar su vida a la lucha por la emancipación total de Cuba.

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