lunes, 21 de julio de 2025

Avileñas en 26: Las Margaritas, un proyecto de vida y esperanza


Por Marilys Zayas Shuman 

Fotos: Favio Vergara  

Ciego de Ávila tiene un rostro femenino. También cuenta con manos que ordeñan, piensan, cuidan, crean y reinventan. Entre ellas, destaca Maite Cruz, una mujer que ha defendido su tierra como una trinchera para la equidad y la autosostenibilidad.  

Al llegar a Las Margaritas, el sol se asoma tímidamente entre las nubes, y el aire fresco de la mañana acaricia el rostro. La sonrisa de Maite es un faro en medio de la rutina diaria, como encontrar certezas en un mar de incertidumbres. Nos recibe con abrazos sinceros, esos que parecen transmitir fuerza y confianza. En ese instante, todo parece encajar.  

 

Al llegar a Las Margaritas, el sol se asoma tímidamente entre las nubes, y el aire fresco de la mañana acaricia el rostro.

Maite es más que una ganadera; ha tejido su vida en torno a la producción de leche y queso, pero su labor va más allá de lo tangible. En su finca, cada gota de leche que se transforma en queso lleva consigo las manos y las miradas de alguien que ha decidido desafiar las normas establecidas. 

Aquí, no solo se produce alimento, sino también el sentido de comunidad y pertenencia. La finca, nos cuenta, es parte de una tradición centenaria de elaboración de quesos iniciada en 1906. Sin embargo, lo que realmente llama la atención no es solo la historia del producto, sino la transformación de este legado en un proyecto de desarrollo local con énfasis social y ecológico.  

Maite es más que una ganadera; ha tejido su vida en torno a la producción de leche y queso, pero su labor va más allá de lo tangible.


“Es muy difícil,” dice Maite sin rodeos ante la pregunta que muchas personas se harían al conocer a una mujer ganadera: ¿Cómo fue emprender? “En el mundo ganadero, no te toman en cuenta fácilmente si eres mujer. Al principio, no me querían vender ni alimento para los animales. Los negocios no estaban pensados para nosotras.”  

El proyecto Las Margaritas nació sin apoyos y sin confianza. Su impulso inicial, nos dice entre gestos cálidos, fue la necesidad y el amor. Se casó con un hombre que le ofreció libertad, y su suegra, Margarita, le regaló el secreto del queso y la convicción de que el saber femenino podía sostener una industria.  

Aquí nada se desperdicia: el suero, los residuos, la energía, todo tiene uso, propósito y sentido.


A esto le sumó la producción de conocimiento y sostenibilidad. Aquí nada se desperdicia: el suero, los residuos, la energía, todo tiene uso, propósito y sentido. Y no es casualidad. Maite estudió física y electrónica; su esposo, control automático. Juntos diseñaron un sistema que procesa toda la leche con energía renovable, respetando las condiciones naturales y cuidando a los animales con estándares internacionales.  

“El ganado es delicado. Hay que pensarlo como un ciclo de vida. Una vaca tarda años en estar lista. Hay genética, salud, tiempo. Esto no es producción rápida; es alimento con respeto,” afirma.  

Esto no es producción rápida; es alimento con respeto.


Su historia es, además, un testimonio del compromiso social que ha abrazado con pasión. En cada rincón de su finca, se respira un aire de solidaridad y colaboración. La producción no está centrada únicamente en el lucro; hay un encargo social que guía sus acciones. Entiende que su trabajo impacta la vida de las personas que la rodean, y eso es algo que toma muy en serio.  

Lo que más conmueve de Las Margaritas es lo invisible: los lazos con personas en situaciones de vulnerabilidad. El proyecto atiende hogares de niños y niñas sin amparo filial y personas en situaciones de discapacidad a través del Grupo de Ayuda, conformado por mujeres en esa condición.  

“Allí están ellas,” dice Maite, “con capacidades extraordinarias, atendiendo con ternura, eficiencia y corazón.” Este grupo distribuye productos lácteos a quienes lo necesitan, sin ánimo de lucro. “Tenemos una niña con un síndrome raro. Desde que empezamos, le damos leche mensual y gratuita porque hay causas que son más grandes que cualquier mercado.”  

Sabe que no es un tema resuelto; además de la organización vecinal, hay que hacer más desde el punto de vista institucional.  


Sin embargo, enfrentan retos difíciles, como el sacrificio ilegal de ganado. “Era imposible seguir así. Perdíamos animales y no dormíamos. Las mujeres comenzamos a hacer rondas con nuestros esposos para cuidar los rebaños a las tres de la mañana.” Decidieron contratar drones, organizar la comunidad y crear vigilancia colectiva. “Logramos llevar los sacrificios mensuales a cero, pero  fue gracias al esfuerzo conjunto y al empuje de las mujeres también.” Sabe que no es un tema resuelto; además de la organización vecinal, hay que hacer más desde el punto de vista institucional.  

No obstante, reconoce que no vale amilanarse y que muchas pueden tomar su camino. “Que lo hagan, no tengan miedo al ganado ni a la tierra, no crean que solo los hombres pueden hacer esto. Nosotras también parimos alimentos, pastoreamos sueños, tenemos derecho a emprender sin pedir permiso.”  

Y lo reconoce con la conciencia de la estirpe de cubanas que han hecho posibles proyectos como este y que desde hace 65 años cuentan con la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). 

“La FMC ha sido mi hogar desde que nací. Mi madre era federada activa. Yo nací el 7 de marzo. ¡Imagínate! Siempre celebré mi cumpleaños entre mujeres que se organizaban, debatían y luchaban.”  

Agradece profundamente el acompañamiento de la Federación, que ha visibilizado el proyecto desde sus inicios, brindando capacitaciones, oportunidades y representación. “Gracias a la FMC, pudimos emplear a mujeres desempleadas. Hoy, siete mujeres están implicadas en todos los procesos del proyecto. Son imprescindibles.”  

“Vivimos tiempos difíciles,” dice con emoción, pero no podemos perder la ternura, ni la familia, ni la memoria. Que nuestros hijos e hijas aprendan quién fue Vilma, qué significaron las mujeres de la Sierra, qué hicimos durante la pandemia, qué somos en cada batalla cotidiana.”  

Añade algo que conmueve: “La columna vertebral de Cuba no es solo ideológica. Es femenina. Está hecha de leche, de pañuelos, de resistencia silenciosa. Está hecha de mujeres como nosotras, que sembramos futuro con las manos.”

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