Las mujeres somos seres humanos, pero por encima de eso somos seres de la Tierra.
Vandana Shiva,
Activista de la biodiversidad y el ecofeminismo
Por Aime Sosa Pompa
Justo cuando estamos en las primeras jornadas de inicio de temporada ciclónica en el Caribe y en pleno Día Mundial del Medioambiente, no puedo evitar recordar una leyenda que nos conecta con nuestras raíces y con la fuerza de la naturaleza.
Los taínos, primeros habitantes de estas islas, no creían en dioses malos ni buenos, pero sí respetaban a Guabancex, la diosa de los vientos y las tormentas, la verdadera dueña de los huracanes.
Durante siglos se pensó que el dios del huracán era masculino y se le llamaba Juracán, pero investigaciones recientes y la revisión de fuentes históricas, han demostrado que la figura central era Guabancex, acompañada por sus fieles ayudantes Guataubá y Coatrisquie.
Porque no actuaba sola: primero llegaba Guataubá, el pregonero, quien anunciaba la llegada de la tempestad con nubes, truenos y relámpagos, alertando a dioses y mortales de la furia inminente, tal y como la conocemos.
Luego le seguía Coatrisquie, encargado de recoger y desatar las aguas incontenibles hasta los golpes de agua en los ríos, que inundaban todo, completando la destrucción tras el paso de los vientos.
Pero no se les consideraba seres malvados, según la cosmovisión de nuestros ancestros insulares, los ciclones se desataban cuando las comunidades descuidaban el tributo y el respeto hacia ella y, por extensión, hacia la naturaleza misma.
Esta historia refleja una ética ecológica ancestral: cuidar y honrar la tierra, el agua y los ciclos naturales, fue siempre esencial para evitar el desastre y asegurar la vida en comunidad.
¿Acaso hemos olvidado ese saber tan elemental? ¿Seguirá liderando el espíritu femenino la protección en estos ámbitos ecológicos? Las respuestas son positivas.
Hoy, esa fuerza de Guabancex, parece más viva que nunca. Al cambio climático es mejor llamarlo crisis con toda su extensión, las amenazas de borrar del mapa a varias de nuestras islas no son exageraciones: los expertos advierten que para 2050 muchas quedarán deshabitadas o sumergidas.
Subidas del nivel del mar, huracanes más intensos y temporadas secas más largas, son parte de un menú anticipado. La supervivencia de nuestras culturas, economías y hasta la memoria de nuestros pueblos, está en juego y no por causa de los caprichos de antiguas deidades.
Con más razón, como una de las causas principales de esta crisis, en este año 2025, el Día Mundial del Medio Ambiente tiene como lema Sin contaminación por plásticos.
No es la primera vez que este tipo de campaña hace un llamado urgente a reflexionar y actuar frente a los residuos plásticos que afectan la salud humana, la vida silvestre y la resiliencia de los ecosistemas.
En los mismos mares que en siglos atrás caminaban en posesión Guabancex, Guataubá y Coatrisquie, perviven corrientes e islas de plásticos, y ni sus fuerzas han podido disiparlas.
Mientras, seguiremos pensando en la tierra como una gran madre. Así como la diosa Guabancex podía arrasar o proteger según el trato recibido, la naturaleza responde a cómo la cuidamos.
El ecofeminismo es una corriente que une la defensa del medio ambiente con la lucha por la equidad de género. No se trata solo de plantar árboles o enseñar a reciclar, sino de entender que la opresión de las mujeres y la explotación de la naturaleza tienen raíces comunes en el mismo sistema patriarcal y extractivista.
En Cuba, las voces ecofeministas se sienten más fuertes en la vida cotidiana. Mujeres de campo y ciudad lideran proyectos de resiliencia costera, agricultura sostenible, reciclaje y educación ambiental; desde las parcelas de referencia hasta los grupos de reciclaje, ellas están al frente, proponiendo soluciones y cambiando imaginarios sobre el papel femenino en la protección del entorno.
No es casualidad: la tradición ha puesto a las mujeres en contacto directo con la tierra, el agua y la vida. Pero ahora no solo cuidan, también deciden, lideran y transforman.
Varios son los proyectos relacionados con las costas cubanas, que incentivan el empoderamiento femenino en la adaptación al cambio climático con acciones directas de limpiezas de playas y recogidas de basura en las arenas o en las profundidades marinas.
En la agricultura, la producción de biofertilizantes y la gestión sostenible de los suelos tienen rostro de mujer, y eso se traduce en entornos familiares más resilientes y justos.
El ecofeminismo en clave cubana es, sobre todo, una práctica de resistencia y creatividad, apostando por la armonía, el cuidado y la justicia ambiental y social.
No hay etiquetas ni manuales, quizás tampoco un movimiento lleno de pancartas y grandes eventos, pero sí se premia una conciencia creciente de que el futuro depende de la alianza entre género y naturaleza.
Como dejó entrever la filósofa Simone de Beauvoir, la mujer y la tierra han sido vistas como el otro, explotadas y son a la vez, fuentes de vida.
En este Día Mundial del Medio Ambiente, ante falsos huracanes de plástico destructores, celebremos a esas mujeres cubanas que defienden el territorio con la fuerza de la vida y la ternura.
Ellas son la mejor respuesta a la crisis climática: lideran desde lo local, enseñan con el ejemplo y demuestran que cuidar la tierra y las aguas todas, es también cuidar a la comunidad, al barrio, al municipio, al país y al planeta. Porque si la naturaleza tiene rostros y sentidos de mujer, el futuro del Caribe depende de que las escuchemos, las respetemos y las pongamos en el centro de nuestras luchas y sueños por una Tierra sana y sostenible.
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